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Dispongámonos a recibir al Señor, conociendo su Palabra, aplicando la misma a nuestra vida, y practicando la oración. (Ejercicio de lectio divina del Evangelio del Domingo II de Adviento del Ciclo A).

   Domingo II de Adviento del Ciclo A.

   Dispongámonos a recibir al Señor, conociendo su Palabra, aplicando la misma a nuestra vida, y practicando la oración.

   Ejercicio de lectio divina de MT. 3, 1-12.

   Lectura introductoria: 2 COR. 5, 10.

   1. Oración inicial.

   Iniciemos este encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre, del Hijo, y, del Espíritu Santo.
   R. Amén.

   San Juan Bautista inició su predicación en el desierto de Judea anunciando la llegada inminente del Reino de los cielos, pues, al ser judío, tenía prohibido pronunciar el Nombre divino. En lo que respecta a nosotros, si el Domingo I de Adviento iniciamos nuestra preparación a recibir al Señor en sus diversas venidas a nuestro encuentro, en esta ocasión meditamos sobre la conversión al Evangelio, la cual no ha de hacer de nosotros hijos de la Iglesia inactivos, pues necesitamos conocer la Palabra de Dios, aplicarla a nuestra vida y aprender a orar, para poder llegar a ser, los cristianos que Nuestro Padre celestial, desea que lleguemos a ser.
   Así como San Juan Bautista predicaba en el desierto, quienes sufren por alguna causa, acogerán la Palabra del Dios Uno y Trino, a partir de su experiencia de desierto personal. No olvidemos que para los cristianos católicos el desierto es la serie de situaciones por cuya visión positiva conseguimos sacarles provecho con el fin de crecer espiritualmente.
   Necesitamos convertirnos al Señor, con el fin de prepararnos y disponer a los oyentes de nuestra predicación y a los conocedores de nuestro buen ejemplo de profesión de fe, a recibir a Jesús, en sus diversas venidas. Acojamos al Señor como Niño indefenso el veinticinco de diciembre, sintamos su presencia en las circunstancias que caracterizan nuestra vida en la actualidad, y dispongámonos a recibirlo al final de los tiempos, como Señor de la historia.
   Preparemos el camino del Señor para que no sea un extraño para nadie, y enderecemos las sendas del mismo sin presionar a quienes aún no pueden aceptar la fe que profesamos como Verdad absoluta. Aunque podemos evangelizar y dar buen ejemplo de profesión de fe, solo Dios puede llevar a cabo las conversiones de quienes sabe que no lo rechazarán, cuando lo considere oportuno, teniendo en cuenta la santificación de los tales. En este sentido, actuemos como buenos sembradores en la viña del Señor, y no nos empeñemos en recoger los frutos, que solo le pertenecen, a Nuestro Padre celestial (1 COR. 3, 6-7).
   La manera de vestirse y alimentarse del citado Profeta, indica que no se dejaba servir por sus oyentes.
   ¿Le sacamos partido a la evangelización de nuestros oyentes y/o lectores, o solo trabajamos en la viña del Señor, pensando en los beneficios espirituales y materiales que podemos aportarles a los hijos de Dios? (1 COR. 9, 16).
   ¿Trabajamos en la viña del Señor porque ello constituye una necesidad espiritual para nosotros, o necesitamos prestar servicios para recibir algún tipo de recompensa?
   Muchos oyentes de San Juan Bautista, se disponían a recibir al Mesías, confesando sus pecados, y siendo bautizados por el Profeta. Todos los cristianos, independientemente de la denominación a que pertenezcamos, hemos confesado nuestros pecados en alguna ocasión, ora en nuestros ratos de oración, ora en presencia de nuestros líderes espirituales. Si bien los seguidores de las denominaciones cristianas existentes no nos ponemos de acuerdo respecto de la manera idónea de confesar nuestras transgresiones en el cumplimiento de la Ley divina, todos se las confesamos a Dios, de diferentes maneras.
   El Bautismo es para nosotros el nacimiento a la vida de la gracia (JN. 3, 5). El citado Sacramento hace de nosotros hijos de Dios, nacidos en el agua en que somos sumergidos -o se nos rocía-, por obra y gracia del Espíritu Santo. A lo largo de nuestra vida, el desconocimiento de la Palabra de Dios, y la falta de apego que tenemos respecto de Nuestro Padre celestial, logran que nos separemos del Dios Uno y Trino. Esta es la razón por la que la Iglesia nos insta insistentemente a convertirnos al Señor tal como también se hace en las páginas de la Biblia (MC. 1, 15).
   "Los fariseos" eran instructores religiosos, los cuales eran adoctrinados por los maestros de la Ley, quienes formaban parte del "Sanedrín", -el Tribunal de Israel-. "Los saduceos" constituían la clase sacerdotal dirigente, a la que pertenecían los grandes terratenientes. Los primeros creían en las realidades espirituales diferenciándose de los segundos que eran materialistas, aunque coincidían con los tales a la hora de acoger los preceptos religiosos que no les hacían sentir que utilizaban la religión en su beneficio personal y social a costa del sufrimiento de los más desamparados socialmente. La religión siempre ha sido una ayuda espiritual para unos, y una manera sencilla de hacerse ricos para otros. Los fariseos eran estrictos cumplidores de la Ley, lo cual es correcto, siempre que no sean suprimidos los derechos de las personas. Sería bueno para nosotros pensar si cumplimos preceptos religiosos esperando ser premiados por Dios, y para diferenciarnos de quienes llamamos pecadores porque no nos imitan, considerándonos superiores a los tales.
   San Juan Bautista era fiel al espíritu de los Profetas del pasado, según el cual, se les prometía bendiciones a quienes acogieran su predicación, y maldiciones a quienes la rechazaran. Muchos autores cristianos han predicado -y lo siguen haciendo- basándose en el citado estilo, a pesar de que sus amenazas en la actualidad, cada día son menos efectivas, según perdemos el miedo a ser condenados por Dios. Todos los cristianos, -especialmente quienes predicamos la Palabra de Dios-, podríamos preguntarnos si sabemos llegar a quienes les predicamos, no solo pronunciando elocuentes discursos, sino a través de nuestro ejemplo de profesión de fe, a fin de que puedan captar, la bondad del Dios Uno y Trino, reflejada en quienes decimos ser sus hijos.
   Demos frutos dignos de conversión, viviendo según la vocación que hemos recibido del Señor.
   ¿Cuál es la religión verdadera? La gran mayoría de cristianos tenemos tendencia a creer que la congregación religiosa a que pertenecemos es la Iglesia fundada por los Apóstoles del Mesías, pero San Juan Bautista nos alerta diciéndonos que, el hecho de formar parte de la congregación cristiana que consideramos veraz, no nos garantiza la salvación. Los judíos creían que tenían garantizada la amistad de Dios por formar parte de la primera raza a la que se le reveló Yahveh, y los cristianos hemos llegado a creer que somos el verdadero pueblo de Dios, por cuanto reconocemos que Jesús murió y resucitó, para asegurarnos la salvación eterna. San Juan Bautista nos rompe los esquemas mentales a unos y a otros, afirmando que nuestra salvación, si bien es dependiente de la muerte y Resurrección del Señor, solo la alcanzarán quienes aprendan la Palabra de Dios en conformidad con sus posibilidades de retenerla, la apliquen a su profesión de fe, y aprendan y practiquen, el arte de la oración.
   San Juan Bautista sabía que su bautismo era un signo del Bautismo de Jesús, así pues, mientras que muchos de sus oyentes se bautizaban para significar su conversión al Mesías, el Bautismo de Jesús, hace de los fieles del Señor, hijos de Dios. San Juan Bautista se reconocía tan pequeño al compararse con Jesús, que no se sentía digno de tener el privilegio de desatar las sandalias del Hijo de Dios y María, según hacían los esclavos no judíos con sus amos en aquel tiempo, y, desde el punto de vista jurídico, porque sentía que Jesús tenía poder sobre él.
   Jesús nos ha bautizado con el amor y el poder del Espíritu Santo, y con el fuego divino que, según se nos aumenta la fe en Dios, nos ayuda a superarnos a nosotros mismos, venciendo las dificultades por cuya visión negativa, podemos impedirnos crecer espiritualmente.

   Oremos:

   Oración inspirada en MT. 3, 1-2.

   Espíritu Santo:
   San Juan Bautista se presentó predicando la inminente llegada del Mesías a Israel en el desierto de Judea. Yo creo en el Dios Uno y Trino, pero mi fe es mental, -es decir, no llevo a cabo obras que me identifiquen como discípulo de Jesús-. Me defino cristiano por mi asentimiento mental a las verdades que afirmo creer, pero siento que no estoy recorriendo el camino de purificación y santificación que has dispuesto para que llegue a ser el cristiano en que estás pensando desde la eternidad. Es por ello que te pido que me ayudes a recuperar la capacidad de asombrarme que perdí hace no sé cuántos años, para que me sea fácil ser un buen hijo de Dios.
   San Juan predicaba en el desierto, y yo quizás no puedo ser un buen cristiano viviendo confortablemente. He vivido la experiencia del sufrimiento, pero no la he sabido vivir desde el desierto, porque mi fe solo es asentimiento mental. Cuando me afectó el dolor, me quejé tanto, que la visión de un solo árbol, me impidió ver el bosque. Sin darme cuenta de lo que he hecho, he llegado a centrarme tanto en mi interior, que he caído en la trampa del consumismo excesivo, y he ignorado a cuantos podía haber ayudado, adquiriendo cosas, y gastando dinero, en placeres pasajeros.
   Si quiero saber lo lejos que estoy del cielo, no tengo que medir la distancia física que me separa del Dios Uno y Trino, sino pensar en el desinterés que me impide apiadarme de los padecimientos de mis prójimos los hombres, quienes necesitan mis dádivas espirituales y materiales.
   Espíritu Santo:
   Hoy no quiero sentir la culpa de quienes se lamentan porque pecan constantemente, no intentan sanar las heridas que abren y se empeñan en tener una fe que solo es asentimiento mental, pues quiero sentirme responsable del bien que pude haber hecho y no quise vivirlo, para ejercitar mi caridad cristiana, y para servir a los hijos de Dios que encuentre en mi camino, en conformidad con las posibilidades que tenga, en cada ocasión, que me encuentre con uno de ellos.
   Hoy quiero sentir que soy miembro del Reino de los Cielos, amando a quienes son rechazados, curando las heridas que hice en el pasado, y repartiendo parte de mis dádivas espirituales y materiales, entre quienes las necesitan, para que también puedan sentir que forman parte de la familia de Dios.
   Hoy quiero sentir que soy miembro del Reino de Dios, mirando hacia la eternidad con optimismo, y negándome a hacer de mi fe un mero asentimiento mental, una ilusión que jamás se hará realidad, un sueño que jamás despertará. Hoy deseo ser un cristiano comprometido con la causa de la Evangelización de quienes escuchen mi predicación y contemplen mi ejemplo de fe viva.

   2. Leemos atentamente MT. 3, 1-12, intentando abarcar el mensaje que San Mateo nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.

   2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.

   2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el texto, las frases más relevantes del mismo.

   3. Meditación de MT. 3, 1-12.

   3-1. Introducción (MT. 3, 2, 6y 11).

   A pesar de que San Juan Bautista no estaba relacionado con los problemas característicos de las familias porque vivía aislado del mundo, pensaba que la fe ha de profesarse en los campos de la mente y las actividades. Para el Profeta, la conversión, además de ser un cambio de mentalidad, también era un cambio de vida, ya que entendía que quienes vivían exclusivamente para pensar en sí mismos y sus familiares eran egoístas, porque, siendo fiel al espíritu de los Profetas del pasado, creía en la caridad nacional, que había de lograr que el pueblo de Israel, viviera más allá de la comisión de injusticias, como nación consagrada a Yahveh.
   Dado que San Juan daba por supuesto que todos los hombres eran pecadores, hacía que muchos de sus oyentes confesaran sus pecados, con el fin de bautizarlos, para que vivieran haciendo de Israel un Reino caritativo, en que no existiera la miseria. Ello requería que los ricos fueran menos ricos, y los pobres, menos pobres. San Juan sabía que su bautismo era simbólico, así pues, no pretendía que los hombres se evitaran sucumbir bajo el efecto de la culpa característica de sus transgresiones en el cumplimiento de la Ley divina (pecados), pero deseaba que sus oyentes se sintieran perdonados por Yahveh antes de ser bautizados, con el fin de que, una vez les practicara el citado rito simbólico, no volvieran a incumplir la voluntad divina, consistente en gran parte, en exterminar las carencias materiales, de los más pobres.

   3-2. El Reino de Dios está entre nosotros (MT. 3, 2. LC. 17, 21).

   Jesús empezó a instaurar en la tierra su Reino mesiánico cuando venció la muerte y fue ascendido al cielo. Aunque el Señor reina en el corazón de sus creyentes, los tales no hemos alcanzado la perfección de Nuestro Redentor, y por ello el Reinado divino no ha sido plenamente instaurado entre nosotros.
   Jesús vino a Israel hace más de dos milenios siendo igual a nosotros, en el sentido de que experimentó el padecimiento. Cuando Nuestro Salvador vuelva después de haber sido glorificado, vendrá como Juez de la humanidad, y Rey vencedor del mal, en todas las formas que se manifiesta el mismo.
   Cuanto más nos amoldemos al cumplimiento de la voluntad de Nuestro Padre común, mayor será la sensación que tendremos, de formar parte de su Reinado. Aunque la permanencia en el mismo equivale a poseer la mayor felicidad, de nosotros depende el hecho de que seamos miembros del mismo, o de ser apartados de la presencia del Creador del universo. Ello no depende de si Dios es benevolente, sino de nuestra decisión de vivir en su presencia, o de desear alejarnos de Él.

   3-3. Preparad el camino del Señor y enderezad sus sendas (MT. 3, 3. IS. 40, 3).

   San Juan Bautista utilizó palabras del Profeta Isaías, -el primero de los Profetas Mayores del Antiguo Testamento, y uno de los más mencionados en la segunda parte de la Biblia-, por causa de la similitud existente en la manera de predicar la Palabra de Dios característica de ambos, pues coincidían en la necesidad que tenía el pueblo de dejar de incumplir la voluntad de Dios, con el fin de ser acepto por el Dios Altísimo. Ambos auguraron bendiciones para quienes abrazaron la voluntad de Dios tal como la entendieron, y maldiciones para quienes rechazaron los mensajes que predicaron.
   ¿Cómo preparamos el camino del Señor y allanamos sus sendas? Es frecuente en muchos predicadores el hecho de intentar forzar a los recién convertidos a la fe a que actúen como ellos lo hacen, sin tener en cuenta los años que les ha costado tener la fe que caracteriza sus vidas.
   Dispongamos a quienes quieren tener fe en Dios a recibir al Mesías tanto el día de Navidad como al final de los tiempos, mostrándoles cómo aplicamos la Palabra de Dios a nuestra profesión de fe. La Palabra de Dios es importante para nosotros, y, para que sea creíble para quienes la desconocen, necesitamos mostrarles la utilidad que las enseñanzas divinas tienen para nosotros.
   Mostrémosles también cómo el Señor les da sentido a nuestras vidas, según se acrecienta nuestra fe en Él, cuando acatamos el cumplimiento de la voluntad divina.
   Corrijamos los conceptos errados que pueden tener la consecuencia de que muchos de nuestros hermanos en la fe no puedan acercarse al Señor tal como se relacionan con sus familiares y amigos más queridos. El desconocimiento de la fe que profesamos nos conduce a perder la confianza en Dios y a ser extremistas. Cuidémonos del peligro de abrazar unas ideas y rechazar otras aunque sean buenas, pues, cuando hacemos esto, nuestra fe se estanca, y corre el peligro de empequeñecerse hasta reducirse a un mero asentimiento mental y/o extinguirse.
   Si encontramos a quienes desean relacionarse con Dios y no se atreven a hacerlo porque se sienten pecadores, podemos mostrarles la misericordia divina, no solo por medio de nuestras palabras, pues también podemos hacerlo, haciendo obras caritativas.
   Si bien siempre se nos ha hecho acercarnos a Dios inculcándonos la idea de que somos pecadores, no nos olvidemos de quienes no han sido educados bajo ese pensamiento que tanto dolor les ha producido a muchos, y digámosles que, partiendo de una vida de entrega generosa a familiares, amigos y desconocidos, y de trabajo y constante esfuerzo para crecer a los niveles espiritual y material, se puede pasar a la vida de la gracia, que es la vida soñada por la humanidad, a la que no podemos aspirar, sin ser ayudados por el Dios Uno y Trino.

   3-4. ¿Qué se dice en nuestro medio de la profesión de fe de los cristianos? (MT. 3, 4).

   San Juan Bautista llamaba la atención de las multitudes, no solo por sus duras palabras, pues también lo hacía, por la excentricidad de sus ropas, y por su alimentación, que estaba fuera de lo común (MC. 1, 6). Muchos que se acercaron a Juan por mera curiosidad, terminaron aceptando el mensaje que les predicó, confesando sus pecados, accediendo a recibir el bautismo simbólico del arrepentimiento de sus pecados, y entregándose generosamente al cumplimiento de la voluntad divina. Tal como debió llamar la atención el Bautista por su forma de predicar, vestir, alimentarse y actuar, los cristianos podemos llamar la atención, cuando nos diferenciamos de la gente que nos rodea, por ejemplo, siendo defensores de la vida a ultranza, y socorriendo a los más necesitados. Sería contraproducente para la causa de la Evangelización el hecho de que llamemos la atención por ambicionar el poder político y ser embaucadores de masas. Mientras que cristianos tímidos y a veces poco conocedores de nuestra fe se sienten marginados porque no somos como la gente que nos rodea, otros aprovechamos esa circunstancia para dejarnos interrogar, para así tener la oportunidad de aumentar el número de los hijos de Dios, por medio de nuestro testimonio de fe.

   3-5. La entrega generosa de San Juan Bautista al cumplimiento de la voluntad de Dios.

   San Juan Bautista, por ser levita, e hijo de un sacerdote, tendría que haber heredado el trabajo de Zacarías, su padre. A diferencia de los líderes egoístas y avaros que trabajaban más para beneficiarse a sí mismos que para predicar la Palabra de Dios y fortalecer la fe de los miembros del pueblo de Yahveh, Juan buscaba que Dios fuera alabado, y que se cumpliera su voluntad, aunque ello lo perjudicara, hasta sucumbir bajo el poder de Herodes. Juan fue uno de tantos hombres de fe que rara vez encontramos que están esparcidos por el mundo, que se atreven a vivir el mensaje que predican, sin que les importe asumir las consecuencias que ello les suponga. Quizás para nosotros es fácil pensar que Juan llegó en su Profetismo al fanatismo porque le reprochó a Herodes el hecho de tomar a la mujer de su hermano como esposa porque ello estaba prohibido por la Ley de Israel, sin que le importara hacer peligrar su vida, pero, ¿hasta qué punto hemos desarrollado la capacidad de profesar la fe que decimos que nos caracteriza?
   ¿Nos mostramos como hijos de Dios ante el mundo aunque encontremos a quienes no aprueben nuestra conducta, o nos conformamos con profesar nuestra fe a escondidas, temiendo que nuestros conocidos se enteren de que somos cristianos?

   3-6. La atracción de San Juan Bautista (MT. 3, 5).

   Después de que transcurrieran entre cuatro y cinco siglos sin que surgieran Profetas en Israel, apareció el Bautista en el desierto, predicando tal como lo hicieron los Profetas del pasado, -es decir, anunció promesas de dicha para los cumplidores de la voluntad divina, habló del justo reparto de las riquezas de la tierra, y condenó a quienes rechazaban a Dios enérgicamente-. Además de utilizar el vocabulario agresivo de los Profetas del pasado, -lo cual le ganó muchos adeptos que vivían atormentados por la miseria, la pobreza, las enfermedades y su exagerada conciencia de ser pecadores-, Juan se atrevió a enfrentar a los líderes religiosos de Israel y a Herodes, lo cual, además de poner su vida en peligro, tuvo el efecto de que la mayoría de sus oyentes llegaran a la fascinación, por lo que llegaron a pensar, que era el Mesías esperado, desde hacía siglos (LC. 3, 15). Además, el estilo de predicar de Juan era idéntico al de Elías, lo cual tuvo el efecto de que muchos creyeran que el segundo se reencarnó en el primero, pues aún no había surgido la creencia en la resurrección de los muertos, y ya se conocía la creencia en la reencarnación, que la Iglesia aceptó hasta el siglo III, hasta que la cambió por la creencia en la resurrección, para acentuar el hecho de que Jesús no resucitó para tener la vida de un hombre común, sino que lo hizo para tener un cuerpo glorioso, que no puede ser afectado por las enfermedades, ni volver a ser víctima de la muerte. Así fue como el Cristianismo se diferenció del Budismo, que afirma que la gente al morir se reencarna una y otra vez hasta superar el karma, y alcanzar el nirvana. Para los cristianos, si bien hay pecados perdonables después de su muerte (MT. 12, 31), no existen más vidas que les sirvan para perfeccionar sus espíritus, lo cual somete a una grave presión psicológica, a quienes tienen muy desarrollada, la conciencia de ser grandes pecadores, la cual les hace dudar, de la capacidad de Dios, de perdonarlos, y aceptarlos como hijos.

   3-7. La confesión de los pecados y el bautismo de San Juan Bautista (MT. 3, 6).

   Los judíos tenían la costumbre de lavarse los antebrazos antes de comer. Los resultados de tal limpieza purificatoria se notaban rápidamente, pero, el resultado del arrepentimiento de llevar una vida disoluta, tarda tiempo en ser aceptado. San Juan se sirvió del bautismo porque sus hermanos de raza conocían bien ese rito ya que lo practicaban para iniciar a los prosélitos paganos en su profesión de fe. El bautismo de San Juan simbolizaba el arrepentimiento de los pecadores y el compromiso de los mismos de cumplir la voluntad del Dios que les concedía su perdón divino.
   -El arrepentimiento es un cambio de conducta, la adopción de una nueva manera de pensar y consecuentemente de actuar.
   -El arrepentimiento es adoptar el compromiso de no ofender a Dios ni a sus hijos los hombres.
   -El arrepentimiento consiste en tomar la decisión de amarnos y respetarnos como hijos de Dios merecedores del mismo amor y respeto que pensamos que deben caracterizar a nuestros prójimos.
   ¿Pueden ver nuestros prójimos la diferencia que existe en nuestra manera de actuar desde que tomamos la decisión de creer en Dios?
   El río Jordán tiene ciento diez kilómetros entre el lago de Genesaret y el mar Muerto. San Juan Bautista bautizó a muchos de sus oyentes en el mismo lugar en que Josué renovó la Alianza del pueblo con Dios (JC. 1, 2), renovando el pacto que sus hermanos de raza hicieron con su Creador, a través de la recepción de su bautismo ritual.

   3-8. Los fariseos y los saduceos (MT. 3, 7).

   Aunque Dios quiso que los hijos de Israel mantuvieran las mismas creencias, con el paso de los siglos, estos se dividieron en diferentes facciones. Dos de los grupos que más destacaban, eran los fariseos y los saduceos. Los primeros eran provenientes de la mayoría de clases sociales, se regían por las disposiciones del Antiguo Testamento y la llamada "Tradición de los Ancianos" que sus antepasados perfeccionaron a través de los siglos, y despreciaban a los extranjeros. Los segundos eran provenientes de la nobleza sacerdotal, y se diferenciaban de los fariseos, en el desapego de la creencia en las realidades espirituales, y en que no aceptaban como inspirados los libros del Antiguo Testamento que no formaban parte del Pentateuco (los cinco primeros volúmenes de la biblia). Juan Bautista criticó el exhaustivo cumplimiento de la Ley por parte de los fariseos, ya que los mismos la utilizaban para sobornar a Dios, y no les servía como camino de acercamiento a los hombres, ni como vía de crecimiento espiritual. El Bautista también les reprochó a los saduceos el hecho de que se sirvieron de la religión para tener poder político, sacrificando el cuidado espiritual de los hijos de Yahveh. Dado que tanto los fariseos como los saduceos se enriquecían a costa de la pobreza reinante en Israel, Juan les recordó que estaban expuestos a caer en las manos de Dios, por causa de su egoísmo, y de la situación de desamparo, que caracterizaba a la inmensa mayoría de sus hermanos de raza.

   3-9. Demos frutos demostrativos de nuestra conversión (MT. 3, 8).

   ¿Qué tipo de cristianos somos?
   ¿Somos cumplidores de ritos y nos negamos a beneficiar a los carentes de dádivas espirituales y materiales?
   ¿Hacemos el bien y prescindimos de los ritos y oraciones?
   Para San Juan Bautista, el hecho de que muchos de sus hermanos de raza fueran cumplidores de ritos y manifestaran su fe comunicándosela a quienes consideraban sus prójimos, no hacía de los tales buenos creyentes en Dios, si no hacían el bien. Para Dios no es suficiente el hecho de que asistamos a las celebraciones de culto y manifestemos nuestra fe en algunas ocasiones.
   ¿Describen las palabras que pronunciamos nuestra auténtica profesión de fe?
   ¿Están nuestras palabras al nivel de las obras que realizamos?
   Para San Juan Bautista, no era suficiente el hecho de que sus hermanos de raza cumplieran la Ley, pues esperaba de los tales que fueran más allá. Si no cumplimos la Ley por amor, podemos aplicarla a nuestra vida buscando ser beneficiados por Dios egoístamente, o cumplirla por rutina, como si fuéramos autómatas, incapaces de pensar lo que hacemos. Evitemos convertir el cumplimiento de la voluntad de Dios en un mero formalismo social rutinario incuestionable.

   3-10. ¿De qué depende el hecho de que alcancemos la salvación? (MT. 3, 9. HCH. 16, 31).

   ¿Son creíbles quienes afirman ser cristianos y no lo demuestran cumpliendo la voluntad de Nuestro Padre celestial? Realmente, en el terreno espiritual, son como árboles frutales improductivos. Como sabemos, llamamos "cristianos nominales" a quienes dicen tener fe y no lo demuestran, y "cristianos practicantes", a quienes se amoldan al cumplimiento de la voluntad de Dios. Aunque muchos argumentan que viven su fe secretamente porque se han desengañado al ser conocedores de la maldad de quienes pertenecemos a diferentes denominaciones de seguidores de Jesús, la fe escondida, es un sueño que se extinguirá sin poder ser cumplido. La fe vivida fuera de una comunidad de hermanos que se alienten constantemente, es una utopía que difícilmente podrá hacerse realidad.
   Los cristianos estamos de acuerdo en el hecho de que nuestra salvación depende de la Pasión, muerte, Resurrección y posterior glorificación de Jesús, pero muchos creemos que, la congregación de que somos miembros, es la verdadera Iglesia fundada por los Apóstoles del Mesías, de manera que nos sentimos con el derecho de alcanzar la salvación, no porque destacamos haciendo el bien por amor a Dios y a sus hijos, sino porque somos miembros de la Iglesia fundada por los citados seguidores de Jesús. Así es como hemos llegado a utilizar el cumplimiento de las prescripciones religiosas características de las denominaciones a que pertenecemos, para sentir que somos merecedores de alcanzar la dicha eterna, viviendo en la presencia de Dios. No cumplamos prescripciones religiosas para pasarle factura a Dios, sino porque es de bien nacidos el ser agradecidos, según un antiguo refrán español.
   San Juan Bautista les rompió los esquemas mentales a los judíos que se creían dueños de la salvación por ser descendientes de Abraham, tal como también nos los rompe a los cristianos que nos creemos dignos de ser salvos, por pertenecer a la que creemos que es la verdadera fundación de los Apóstoles del Señor, así pues, dado que Dios puede suscitar descendientes de Abraham de las piedras, según San Juan Bautista, solo seremos dignos de ser salvos, si hacemos el bien. Los cristianos sabemos que Jesús nos ha concedido la salvación, pero, dado que no ha concluido nuestro proceso de purificación y de santificación, necesitamos mantener la fe y hacer el bien, como si de ello dependiera nuestra dicha eterna (HB. 3, 14), porque no es lógico que digamos que somos cristianos, y nos neguemos a cumplir, la voluntad de Nuestro Padre común.
   Cuidémonos de que el engreimiento no nos haga despreciar a quienes no forman parte de nuestra comunidad de fe, ni a quienes, aunque se cuentan entre nuestros hermanos en la fe, no han desarrollado tanto su espiritualidad, tal como creemos haberlo hecho nosotros.
   Por ser levita, Juan Bautista tenía que haber sido sacerdote, pero rechazó tal privilegio, porque no quiso llevar a cabo su misión estando instalado entre las comodidades del Templo, sino en el desierto, donde la fe se prueba constantemente, y solo quienes tienen fe tanto en Dios como en sí mismos y en sus prójimos los hombres, superan las dificultades características de sus vidas. El confort no atenta contra nuestra fe, pero es preciso que, en cada etapa de nuestra vida, estemos donde el Señor desee que desempeñemos la misión que nos encomiende.
   A veces los cristianos hablamos de efectuar cambios en nuestra manera de actuar con el fin de ser comprendidos por la gente de nuestro tiempo, pero, ¿tenemos la intención de cambiar, o llamamos cambio a la adecuación de la gente a nuestro sistema de creencias de siempre, y nos negamos a intentar progresar por temor a pecar, o porque nos encontramos cómodos tal cual estamos, y no tenemos en cuenta a quienes no pueden tener fe en Dios, porque no nos adaptamos a sus circunstancias para evangelizarlos, ya que le damos más importancia a nuestra comodidad, que a las necesidades de los tales?
   Quizás vivimos preocupados por el cumplimiento de los preceptos religiosos característicos de las denominaciones a que pertenecemos, la ortodoxia, el culto y la autoridad concerniente a nuestros líderes religiosos, pero, ¿nos preocupamos por las circunstancias en que viven sumidos los hombres, con el fin de evangelizarlos?

   3-11. Obedezcamos a Dios activamente (MT. 3, 10).

   Tal como los Profetas del pasado creyeron que llegaría el día en que Dios juzgaría a su pueblo, San Juan Bautista comparó a quienes cumplían la voluntad de Dios con árboles productivos, y, a quienes desobedecían a Yahveh, con árboles improductivos, a cuya raíz estaba el hacha divina, dispuesta para cortarlos, a fin de que fueran arrojados al fuego eterno. En la biblia, el fuego incendia de ardor espiritual a quienes cumplen la voluntad divina, y castiga atrozmente a quienes la rechazan.
   San Juan Bautista nos invita a obedecer a Dios activamente, y no a vivir nuestra fe en estado de parálisis conductual. Si queremos obedecer a Dios activamente, podemos cumplir su voluntad, consistente en aplicarnos sus enseñanzas, servirlo cubriendo las necesidades de nuestros prójimos los hombres, predicar el Evangelio con nuestras palabras y buenas obras, y resistir la tentación de desviarnos del acatamiento de los preceptos divinos.

   3-12. El bautismo de San Juan Bautista (MT. 3, 11A).

   El bautismo de San Juan significaba que aquellos de sus oyentes que se lo solicitaban le habían pedido a Dios perdón porque se reconocían pecadores, y habían adoptado la decisión de amoldarse al cumplimiento de los preceptos divinos. El bautismo es un signo exterior. La señal inequívoca del arrepentimiento es la consagración al cumplimiento de la voluntad divina. El agua bautismal no tiene poder para cambiar la conducta de nadie, pues el mismo radica en la voluntad de quienes tienen muy claro que quieren ser fieles hijos de Dios. En este aspecto, los bautismos de San Juan Bautista y Jesús, son similares. Esta es la razón por la que leemos en el numeral 1128 del Catecismo de la Iglesia Católica:
   "Los frutos de los sacramentos dependen también de las disposiciones del que los recibe".

   3-13. La humildad de San Juan Bautista (MT. 3, 11B).

   Hubo un tiempo en que muchos judíos llegaron a creer que cuanto más ricos eran y más sanos estaban, obtenían la recompensa característica de los cumplidores de la voluntad divina, y, cuanto más enfermos estaban o eran más pobres, demostraban su merecimiento del castigo de Dios. Fieles a esta creencia, los saduceos y fariseos, utilizaban la religión en su propio beneficio, tal como también lo han hecho muchos cristianos, a lo largo de los siglos y décadas de existencia, de las comunidades religiosas a que pertenecemos. A pesar de la citada creencia que tiene el fin de instarnos a conservar nuestros intereses aun a costa de provocar sufrimiento e incluso muertes, en Israel no faltaron Profetas que predicaron demostrando la necesidad existente de socorrer a los pobres, los cuales, curiosamente, a pesar de su indefensión, tienen más facilidad para tener fe en Dios, que quienes no tienen carencias. San Juan Bautista fue uno de tales Profetas, cuyo estilo humilde caracterizó el Ministerio público de Jesús, y ha sido vivido por muchos cristianos, a lo largo de nuestros dos milenios de historia.
   Mientras que San Juan Bautista pensaba que ni siquiera era digno de ser esclavo de Jesús, muchos líderes religiosos, al creerse sucesores de los Apóstoles del Mesías, viven en la opulencia, sin ocuparse de socorrer a quienes necesitan sus dádivas espirituales y materiales, y desanimando a quienes no se atreven a dar el paso definitivo para trabajar en la viña del Señor, por miedo a hacer el ridículo, y a vivir inspirados en una utopía que jamás podrá hacerse realidad, porque hay pocos interesados en ello. Ciertamente, todos los cristianos tenemos el deber de profesar nuestra fe ejemplarmente, pero tal responsabilidad recae con más fuerza en nuestros líderes religiosos.

   3-14. El Bautismo de Jesús (MT. 3, 11C).

   "El Bautismo con Espíritu Santo y fuego", es una predicción de cómo los Apóstoles del Mesías recibieron el Espíritu Santo en forma visible de lenguas de fuego aquel día de Pentecostés en que cambiaron sus vidas (HCH. 2, 1-4). Así fue cómo el Señor facultó a dichos seguidores incondicionales suyos para que fortalecieran su fe, predicaran el Evangelio e hicieran el bien, tal como lo ha hecho también con todos los que hemos sido bautizados, a pesar de que muchos han convertido el Bautismo, en un mero formalismo social, característico de aquellos para quienes la fe, se reduce, a un mero asentimiento mental.

   3-15. La llamada a juicio (MT. 3, 12).

   Anteriormente recordamos que San Juan Bautista predicó imitando el estilo de los Profetas del pasado, que auguraron bendiciones para quienes aceptaran su predicación, y maldiciones para quienes rechazaran el cumplimiento de la voluntad divina. Es necesario tener este hecho en cuenta, a fin de poder interpretar correctamente, el último versículo correspondiente, al texto mateano que estamos considerando.
   Los granos son la parte de las plantas que son utilizables,  y la paja es la cáscara exterior que no tiene valor alguno. Así como los granos se cosechan por su utilidad y la paja se quema, los buenos cumplidores de la voluntad divina serán salvos, y, quienes no la acaten, serán arrojados al fuego eterno. Dado que desde la óptica de San Juan Bautista todos los hombres somos pecadores, si nos arrepentimos y abrazamos el cumplimiento de la voluntad divina, alcanzaremos la salvación.

   3-16. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos, individualmente.

   3-17. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de asimilarlos.

   4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en MT. 3, 1-12 a nuestra vida.

   Respondemos las siguientes preguntas, ayudándonos del Evangelio que hemos meditado, y de la consideración que aparece en el apartado 3 de este trabajo.

   3-1.

   ¿Por qué se empeñó San Juan Bautista en que sus seguidores profesaran su fe en los planos del espíritu y las acciones, si vivía alejado de las necesidades características de las familias?
   ¿Cómo entendía San Juan Bautista la conversión?
   ¿Por qué no tiene sentido el hecho de decir que nos hemos convertido al Señor si creemos en Él, pero nos negamos a cumplir su voluntad, a la hora de favorecer a los carentes de dádivas espirituales y materiales?
   ¿En qué consistía la caridad nacional en que creía el citado Profeta?
   ¿Podríamos caracterizarnos los seguidores de Jesús por la citada caridad?
   ¿Por qué confesaba San Juan a aquellos de sus oyentes que se arrepentían de sus pecados?
   ¿Con qué fin confesaba San Juan a dichos oyentes suyos?
   Si San Juan sabía que su bautismo carecía de poder mágico para cambiar las vidas de quienes lo recibían, ¿por qué lo practicaba?
   ¿Por qué quería San Juan que sus oyentes se sintieran perdonados por Dios antes de que fueran bautizados?
   ¿En qué consistía el cumplimiento de la voluntad de Dios según San Juan Bautista?
   ¿Está relacionado en la actualidad el cumplimiento de la voluntad divina con el hecho de socorrer a los carentes de dones espirituales y materiales? ¿Por qué?

   3-2.

   ¿Cómo podemos saber y creer que el Reino de Dios está entre nosotros?
   ¿Cuándo empezó Jesús a instaurar su Reino mesiánico en la tierra?
   ¿Por qué no ha sido plenamente instaurado el Reino mesiánico entre nosotros?
   ¿Por qué sabemos que Jesús fue un Hombre común cuando vivió en Israel?
   ¿Qué diferencia existe entre la manera de actuar del Señor en sus dos venidas?
   ¿Qué nos sucederá cuanto más nos amoldemos al cumplimiento de la voluntad de Dios?
   ¿Por qué relacionamos nuestra consecución de la felicidad con el hecho de formar parte del Reino de Dios?
   ¿De quiénes depende el hecho de que lleguemos a ser miembros perfectos del Reino de Dios? ¿Por qué?

   3-3.

   ¿Por qué utilizó San Juan Bautista el texto de IS. 40, 3 para anunciar la realización de su obra profética?
   ¿Por qué necesitaban los israelitas dejar de incumplir la voluntad de Dios según los citados predicadores?
   ¿Por qué anunciaron ambos predicadores la existencia de recompensas para quienes aceptaran su predicación y maldiciones para quienes la rechazaran?
   ¿Debemos predicar los cristianos de nuestro tiempo infundiéndoles miedo a la condenación a quienes escuchen nuestros discursos o lean nuestros libros, o recurriremos a anunciar la misericordia de Dios, inspirando nuestra existencia en la manera en que la misma se manifiesta en nuestras vidas?
   ¿Cómo preparamos el camino del Señor y allanamos sus sendas?
   ¿Por qué no fforzaremos los predicadores experimentados a nuestros neófitos para que alcancen nuestro supuesto nivel espiritual?
   ¿De qué nos servirá tener una gran sabiduría si nos dejamos cegar por la soberbia?
   ¿Cómo podemos disponer a los neófitos y a quienes desean recuperar su fe perdida a recibir al Señor en Navidad y al final de los tiempos?
   ¿Cómo influye la Palabra de Dios en nuestra profesión de fe?
   ¿Por qué necesitan los no creyentes percatarse de cómo influye la Palabra de Dios en nuestra vida para tener razones para aceptarla?
   ¿Cómo les da el Señor sentido a nuestras vidas según sentimos que nos acrecienta la fe en Él?
   ¿Creemos que en nuestras comunidades de fe hay conceptos errados que deben ser corregidos con el fin de que no obstaculicen el crecimiento de la fe tanto de los neófitos como de quienes quieren recuperar su creencia en Dios perdida?
   ¿Cómo puede impulsarnos el desconocimiento de Dios a perder la fe o a rozar el fanatismo a la hora de defender nuestras creencias?
   ¿Por qué puede reducirse nuestra fe a un asentimiento mental e incluso podemos llegar a perderla?
   ¿En qué sentido no nos conviene permitir que nuestra fe se estanque?
   ¿Disfrutamos de nuestra profesión de fe, o la hemos convertido en una rutina, y por ello se nos estanca la fe, y/o se nos debilita, aunque no nos percatemos apenas de ello?
   ¿Cómo podemos demostrarles a quienes se creen indignos de recibir el perdón divino que son el objeto de la misericordia divina?
   ¿Cómo pueden convertirse a Dios quienes no han sido educados bajo el pensamiento fatídico de que son pecadores, y por sí mismos no merecen alcanzar la salvación?
   ¿Por qué no podemos aspirar a la vida de la gracia sin ser ayudados por el Dios Uno y Trino?

   3-4.

   ¿Cómo logró San Juan Bautista llamar la atención de las multitudes?
   ¿Qué les sucedió a muchos que se acercaron a Juan para satisfacer su curiosidad?
   ¿Cómo llamamos la atención los cristianos, y qué conseguimos gracias a ello?
   ¿Por qué es contraproducente para la Evangelización el hecho de que haya líderes cristianos deseosos de tener poder político y de llevarse a las multitudes a su terreno?
   ¿Por qué unos cristianos se sienten marginados por el mundo que los observa porque se ven diferentes, y otros aprovechamos las diferencias que nos distinguen del mundo para aumentar el número de hijos de dios?
   ¿Por qué es necesario que prediquemos el Evangelio y hagamos otros trabajos que sean demostrativos de nuestro testimonio de fe?

   3-5.

   ¿Por qué predicó San Juan en el desierto, teniendo la oportunidad de hacerlo en el Templo de Jerusalén, lejos de las carencias características de quienes meditaban en el desierto separados del mundo, para evitar pecar, y apresurar el Advenimiento del Mesías?
   ¿Por qué quería Juan cumplir la voluntad de Dios y alabar a Nuestro Padre común, aunque ello le costara la vida?
   ¿Tenemos una fe fuerte y estable como la de San Juan, o queremos que Dios se amolde al cumplimiento de nuestra voluntad?
   ¿Por qué podemos pensar que San Juan Bautista fue un predicador fanático?
   ¿Hasta qué punto hemos desarrollado la capacidad de profesar la fe que decimos que nos caracteriza?
   ¿Nos mostramos como hijos de Dios ante el mundo aunque encontremos a quienes no aprueben nuestra conducta, o nos conformamos con profesar nuestra fe a escondidas, temiendo que nuestros conocidos se enteren de que somos cristianos?

   3-6.

   ¿En qué sentido le sirvió a San Juan Bautista el hecho de predicar como lo hicieron los Profetas del pasado para atraer hacia sí a grandes multitudes?
   ¿En qué sentido se benefició San Juan al provocar a los líderes religiosos de Israel y a Herodes, y también se perjudicó por ello?
   ¿Por qué creyeron muchos que el espíritu del Profeta Elías volvió al mundo en el cuerpo de San Juan Bautista?
   ¿Por qué rechazó la Iglesia en el siglo III la creencia en la reencarnación, y adoptó la creencia en la resurrección, hasta llegar a dogmatizarla?
   ¿En qué sentido se presionan psicológicamente muchos que piensan que no serán perdonados por Dios aunque se esfuercen en cumplir su voluntad?

   3-7.

   ¿Cuál es el resultado que se opera en quienes se arrepienten sinceramente de llevar una vida disoluta?
   ¿Por qué tarda tiempo en constatarse el citado resultado?
   ¿Por qué les practicó San Juan el bautismo a muchos de sus seguidores?
   ¿Qué pretendieron los seguidores de San Juan que fueron bautizados por el citado Profeta?
   ¿En qué consiste el arrepentimiento de los pecados?
   ¿Pueden ver nuestros prójimos la diferencia que existe en nuestra manera de actuar desde que tomamos la decisión de creer en Dios?

   3-8.

   ¿Por qué se dividieron los judíos en diferentes facciones, si sabían que Dios quería que mantuvieran las mismas creencias?
   ¿Por qué nos sucede lo mismo a los cristianos?
   ¿Quiénes eran los fariseos?
   ¿Quiénes eran los saduceos?
   ¿En qué se diferenciaban los fariseos de los saduceos?
   ¿Hay cristianos imitadores de las conductas observadas por los fariseos y los saduceos?
   ¿Por qué criticó San Juan el exhaustivo cumplimiento de la Ley por parte de los fariseos?
   ¿Cuál es la utilidad de los preceptos religiosos?
   ¿Por qué les reprochó el citado Profeta a los saduceos su deseo de alcanzar mayor poder político?
   ¿Se oponen nuestra profesión de fe y la política? ¿Por qué?
   ¿A quiénes sacrificaron los saduceos para lograr su objetivo de ganar riquezas, poder y prestigio social?
   ¿Por qué amenazó San Juan a los fariseos y a los saduceos?

   3-9.

   ¿Qué tipo de cristianos somos?
   ¿Somos cumplidores de ritos y nos negamos a beneficiar a los carentes de dádivas espirituales y materiales?
   ¿Hacemos el bien y prescindimos de los ritos y oraciones?
   ¿Por qué pensaba San Juan que para que la fe de los creyentes fuera auténtica los tales habían de hacer el bien en favor de los carentes de dones espirituales y materiales?
   ¿Describen nuestras palabras y los actos que llevamos a cabo la autenticidad de nuestra profesión de fe?
   ¿Están nuestras palabras al nivel de las obras que realizamos?
   ¿En qué sentido podemos ir más allá de lo indicado en los Mandamientos de la Ley? (LC. 17, 10).
   ¿Cumplimos la Ley por amor a Dios y a sus hijos, por el interés de alcanzar la salvación, o porque estamos inmersos en una rutina marcada por la pesadez?
   ¿Cumplimos prescripciones religiosas sin pensar lo que hacemos ni lo que decimos?
   ¿Qué ocurre cuando convertimos el cumplimiento de la voluntad de Dios en un formalismo social?

   3-10.

   ¿Son creíbles quienes dicen ser cristianos y no lo demuestran cumpliendo la voluntad de Nuestro Padre común?
   ¿A quiénes llamamos cristianos nominales?
   ¿Cuáles son los cristianos practicantes?
   ¿Por qué es la fe escondida un sueño que se extinguirá sin ser cumplido?
   ¿Por qué es una utopía que difícilmente podrá hacerse realidad la fe de muchos que no crecen espiritualmente en comunidades de fe viva?
   ¿De qué depende nuestra salvación?
   ¿Cuál es la verdadera Iglesia fundada por los Apóstoles de Jesús?
   ¿Tenemos derecho a ser salvos? ¿Por qué?
   ¿Es nuestra pertenencia a una comunidad de fe garante de la salvación que aguardamos? ¿Por qué?
   ¿Cómo hemos de destacar los cristianos en el medio en que vivimos?
   ¿Qué sentido le hemos dado al cumplimiento de las prescripciones religiosas de las iglesias -o congregaciones- de que somos miembros?
   ¿En qué sentido nos conviene cumplir prescripciones religiosas? ¿Por qué?
   ¿En qué sentido rompió San Juan Bautista los esquemas mentales de muchos judíos y de cristianos del siglo I y de tiempos posteriores?
   ¿Qué significa el hecho de que Dios puede suscitar hijos de Abraham de las piedras?
   ¿Qué haremos para ser dignos de alcanzar la salvación según la óptica de San Juan Bautista?
   ¿En qué sentido necesitamos mantener la fe y hacer el bien como si de ello dependiera nuestra consecución de la vida eterna?
   ¿Por qué no es lógico que digamos que somos cristianos y nos neguemos a cumplir la voluntad de Nuestro Padre común?
   ¿En qué sentido se opone el engreimiento a nuestra profesión de fe?
   ¿Por qué rehusó San Juan Bautista a su sacerdocio ministerial heredado de su padre y a las comodidades del Templo para predicar su mensaje en el desierto?
   ¿Qué aprendemos quienes vivimos la experiencia del desierto, no como retiro espiritual en lugares en que no faltan comodidades, sino a nivel experiencial, por medio de nuestras dificultades vitales?
   ¿Atenta el confort contra nuestra profesión de fe? ¿Por qué?
   ¿Tenemos la intención de cambiar, o llamamos cambio a la adecuación de la gente a nuestro sistema de creencias de siempre?
   ¿Nos negamos a progresar porque pensamos que ello puede inducirnos a pecar?
   ¿Nos negamos a contemplar nuestras creencias partiendo de diferentes posturas porque nos encontramos cómodos tal cuales estamos, y nos olvidamos de las carencias de quienes podrían encontrar entre nosotros la manera de afrontar y confrontar sus dificultades, para poder crecer espiritualmente?
   Quizás vivimos preocupados por el cumplimiento de los preceptos religiosos característicos de las denominaciones a que pertenecemos, la ortodoxia, el culto y la autoridad concerniente a nuestros líderes religiosos, pero, ¿nos preocupamos por las circunstancias en que viven sumidos los hombres, con el fin de evangelizarlos?

   3-11.

   ¿A quiénes equiparó San Juan Bautista a árboles productivos?
   ¿A quiénes equiparó el citado Profeta a árboles improductivos?
   ¿Por qué habían de ser cortados y quemados los árboles improductivos según el texto mateano que hemos considerado?
   ¿Qué significa el fuego en la Biblia?
   ¿Por qué nos invita San Juan Bautista a vivir nuestra fe activamente, y no a profesarla en estado de parálisis conductual?
   ¿Cómo podemos profesar nuestra fe activamente?
   ¿Cómo podemos cumplir la voluntad de Dios?
   ¿Cómo podemos aplicar las enseñanzas divinas a nuestra vida cristiana?
   ¿Por qué hemos de predicar el Evangelio pronunciando bellos discursos y viviendo en conformidad con la citada Buena Noticia?
   ¿En qué sentido constituye una tentación el incumplimiento de la voluntad de Dios?

   3-12.

   ¿Qué significaba el bautismo de San Juan Bautista?
   ¿En qué sentido son inseparables la confesión de los pecados y la recepción del Bautismo?
   ¿Cuál es la señal inequívoca que se vislumbra en quienes verdaderamente se arrepienten de haber incumplido la voluntad de Dios?
   ¿Dónde radica el poder que hace que el Bautismo produzca frutos salvíficos?
   ¿En qué sentido son similares los ritos bautismales de San Juan Bautista y Jesús?
   ¿En qué sentido dependen los frutos de los Sacramentos de las disposiciones de quienes los reciben, según el numeral 1128 del Catecismo de la Iglesia Católica?

   3-13.

   ¿Cómo llegaron a creer muchos judíos que Dios les manifestaba tanto su aprobación como su rechazo?
   ¿Hemos heredado los cristianos la citada creencia? ¿Por qué?
   ¿Qué fin persigue dicha creencia?
   ¿Cuál es el precio que paga la humanidad en cada ocasión que un cristiano que tiene la oportunidad de hacer el bien se encierra en sí mismo?
   ¿Cómo explicas el hecho de que los pobres tienen más posibilidades de creer en Dios que quienes no tienen carencias?
   ¿Cómo manifestó San Juan Bautista su humildad?
   ¿Nos creemos iguales, superiores o inferiores a Jesús? ¿Por qué?
   ¿Consideramos que la humildad está relacionada con la pobreza, o la equiparamos a la opulencia, porque Dios nos ha hecho dignos de alcanzar la riqueza, no para que la repartamos equitativamente, sino para que nos consideremos superiores a quienes carecen de la misma?
   ¿Qué logran los líderes religiosos que viven en la opulencia?
   ¿Por qué inspiran muchos laicos su profesión de fe en la manera de actuar de sus líderes religiosos?
   ¿Por qué recae especialmente el deber de profesar la fe cristiana ejemplarmente en los líderes religiosos?

   3-14.

   ¿En qué consiste el Bautismo en Espíritu Santo y fuego?
   ¿Cómo se relacionan el Bautismo de Jesús y Pentecostés?
   ¿Cómo hemos de actuar los receptores de los dones del Espíritu Santo?
   ¿Cómo ha llegado a ser el Bautismo cristiano para muchos seguidores de Jesús un formalismo social?

   3-15.

   ¿En qué consistía el estilo profético característico de San Juan Bautista?
   ¿Quiénes serán salvos y condenados según la óptica de San Juan Bautista? ¿Por qué?
   ¿En qué sentido somos pecadores y podemos alcanzar la salvación desde la óptica de San Juan Bautista?

   5. Lectura relacionada.

   Leemos y meditamos el capítulo seis de la Carta de San Pablo a los Romanos, que versa sobre el pecado y el Bautismo de Jesús, a fin de que deseemos vivir santamente.

   6. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos extraído de la Palabra de Dios, expuesta en MT. 3, 1-12.

   Comprometámonos a leer los textos evangélicos correspondientes a las celebraciones eucarísticas de la próxima semana, con el fin de buscar la manera de aplicarlos a nuestra profesión de fe.

   Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.

   7. Oración personal.

   Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del mismo que hemos hecho.

   Ejemplo de oración personal:

   Señor Jesús:
   Manifiéstate en mi vida por medio de la lectura de tu Palabra inspirada y la aplicación de la misma a mi profesión de fe cristiana, para que mi corazón esté dispuesto a recibirte el día de Navidad, y al final de los tiempos, cuando, después de exterminar la miseria que hace sufrir a la humanidad, concluyas la plena instauración de tu Reino de amor y paz entre nosotros. Amén.

   8. Oración conclusiva.

   Leemos y meditamos el Salmo 40, pidiéndole a Dios que nos ayude a solventar las dificultades por cuya visión sufrimos, y concluya nuestra santificación.

   José Portillo Pérez espera peticiones, sugerencias y críticas constructivas, en

joseportilloperez@gmail.com