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El vástago nacido de la raíz de Jesé. (Meditación de la primera lectura del Domingo II de Adviento del Ciclo A).

   Meditación.

   1. El vástago nacido de la raíz de Jesé.

   Meditación de IS. 11, 1-10.

   Así como el autor del primer Isaías esperaba que Asiria fuera como un árbol cortado que jamás volviera a levantarse, también esperaba que Judá fuera un árbol cortado reducido a su tronco, del cual surgiría un vástago, el cual sería más grande que el árbol original (el Rey David y sus descendientes), y por ello había de ser más fructífero. Para los cristianos, el citado renuevo es Jesús, el Mesías esperado por los judíos durante siglos, y el Salvador de la humanidad. Isaías afirmó del Mesías que había de nacer como un retoño del árbol genealógico davídico sobre el cual había de reposar el Espíritu de Dios, infundiéndole sabiduría, inteligencia, capacidad de aconsejar correctamente, fortaleza, ciencia infusa y temor de Yahveh. El Señor nació como retoño del árbol originario de Judea, y llegó a ser más grande que dicho árbol. Este hecho nos insta a considerar si somos humildes a la hora de profesar nuestra fe.
   Jesús no juzga a nadie según lo que aparenta ni ateniéndose a los rumores con que se le relacionan (JN. 5, 30; 8, 15-16; 12, 47).
   ¿Juzgamos a la gente en atención al valor que tiene por ser quien es?
   ¿Juzgamos a la gente en atención a las obras que lleva a cabo?
   ¿Emitimos juicios fijándonos en el poder, la riqueza y el prestigio de quienes juzgamos?
   Esperamos de Jesús que, cuando nos juzgue el día conclusivo de la plena instauración de su Reino entre nosotros, que les haga justicia a los pobres, y juzgue equitativamente a los más débiles de todos los tiempos. También deseamos que el Señor extermine el mal en todas las formas que el mismo se manifiesta.
   Deseamos que los demás sean justos, pero, ¿qué ha de decirse de nuestra manera de hacer justicia?
   Quizás criticamos a quienes juzgan basándose en la apariencia, no tienen en cuenta falsas evidencias, y se dejan arrastrar por rumores, que muchas veces son inciertos, pero, ¿cómo juzgamos a nuestros prójimos los hombres?
   ¿Emitimos juicios rápida y fríamente sin pensar suficientemente lo que decimos para cometer errores de los que tengamos que arrepentirnos algún día?
   Sólo cuando Jesús sea Nuestro Rey porque se lo permitamos, se instaurará la justicia en el mundo, y aprenderemos a tratar a los demás, como queramos ser tratados por ellos (MT. 7, 7A).
   Para Isaías, el hecho de que Judea estuviera rodeada de naciones que trataban a los hermanos de raza del Profeta con desprecio, era la consecuencia característica del hecho de que sus contemporáneos eran pecadores, y pagaban el precio de no depositar su plena confianza en Yahveh, y de practicar la corrupción. Tal como nos sucede en la actualidad, Judea necesitaba depositar su fe en su Creador, y practicar la justicia y la equidad, especialmente, en favor de los desheredados de la tierra, quienes eran víctimas de los poderosos que los despreciaban y los maltrataban injustamente.
   Dios no espera de nosotros exclusivamente que nos conformemos con no pecar, ya que también desea que sirvamos a sus hijos activamente, enseñando a quienes sufren por cualquier causa a solventar sus carencias e incluso que les resolvamos sus problemas cuando no puedan hacerlo por sí mismos, en cuanto ello sea posible.
   La visión de animales salvajes que conviven entre sí sin agredirse, siendo pastoreados por un niño, significa la llegada de un día en que la humanidad no será víctima de la miseria, el dolor ni la desconfianza, porque la tierra estará llena del conocimiento de Yahveh, lo cual significa que, según nos convirtamos al Señor Nuestro Dios, desaparecerán las causas por las que sufre la mayor parte de la humanidad. En aquel tiempo, la gente buscará la raíz de Jesé (padre del Rey David), por causa de la influencia del retoño nacido del árbol original.

José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com