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¿Es Jesús el Salvador que realmente necesitamos, o necesitamos depositar nuestra fe en otro líder? (Ejercicio de lectio divina del Evangelio del Domingo III de Adviento del Ciclo A).

   Domingo III de Adviento del Ciclo A.

   ¿Es Jesús el Salvador que realmente necesitamos, o necesitamos depositar nuestra fe en otro líder?

   Ejercicio de lectio divina de MT. 11, 2-11.

   Lectura introductoria: (SAL. 16, 2.

   1. Oración inicial.

   Iniciemos este encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre, del Hijo, y, del Espíritu Santo.
   R. Amén.

   El Evangelio correspondiente al presente Domingo III de Adviento del Ciclo A, nos sugiere la posibilidad de orar en estado de recogimiento interior, partiendo de nuestra situación actual. Si nos es posible, evitemos pensar en nuestras ocupaciones y preocupaciones mientras consideramos el presente trabajo, mediante el que tendremos la oportunidad de recordar un fragmento de la Palabra de Dios muy importante para nosotros, si consideramos que está encaminado a fortalecernos la fe que tenemos, en el Dios Uno y Trino.
   Así como San Juan Bautista envió a sus discípulos a interrogar a Jesús respecto de su Mesianismo mientras estaba encarcelado en la fortaleza de Maqueronte, nosotros también podemos dudar del Señor si consideramos adversas algunas de nuestras circunstancias, si pensamos que no comprendemos su forma de actuar, que incumple nuestras expectativas, porque no sentimos su presencia en nuestra vida, y si sentimos que no nos desampara, no le vemos actuar en nuestro favor, porque no nos impide la vivencia de las circunstancias difíciles que caracterizan nuestra existencia.
   La humanidad necesita salvadores que la ayuden a superarse. Esta necesidad caracteriza especialmente a los occidentales que, en lugar de buscar un dios al que servir, están necesitados de una divinidad que se ponga a su servicio. Recordemos a los japoneses que piensan en servir a la divinidad, y en los cristianos que le piden muchas dádivas a Dios, y se esfuerzan poco en cumplir la voluntad de Nuestro Padre común.
   Tal como ha sucedido en tiempos pasados, no solo consideramos dioses a las divinidades, pues también ocupan ese lugar los placeres, las riquezas, la explotación de los socialmente marginados, el poder y el prestigio. Teniendo este hecho en cuenta, quizás necesitamos preguntarnos si Jesús es el Salvador que necesita la humanidad, o si la creación que los judeocristianos e islamistas le atribuimos a Dios, necesita algún salvador de nuestro tiempo, que la ayude a superarse a sí misma.
   Es curioso constatar cómo se fortalece la fe de los cristianos que son perseguidos, y cómo se debilita la creencia en Dios de los cristianos que profesan su fe libremente, y en ocasiones la adaptan a sus circunstancias. Ello nos induce a pensar en la necesidad que tenemos los cristianos de tener nuestras convicciones claras, para evitar que nadie nos arrastre a su terreno. Me consta que la formación bíblica de la mayoría de los cristianos es pésima.
   San Juan Bautista envió a algunos de sus discípulos a interrogar a Jesús, porque esperaba que el Mesías le aplicara a Israel la justicia divina (MT. 3, 10), con el fin de acabar con la miseria causada por el dominio romano y la corrupción de quienes se enriquecieron a costa de empobrecer y explotar sin escrúpulos a los socialmente marginados. A pesar de la citada esperanza del Bautista, Jesús desempeñó su misión, de manera que es probable que el citado Profeta se sintiera defraudado, tal como también podemos estarlo nosotros, si nos creamos un dios a nuestra imagen y semejanza, y no creemos en el Dios predicado por Jesús. Es por ello que, mientras esperamos que tanto los políticos como los líderes de las religiones más poderosas efectúen en el mundo los cambios necesarios para exterminar la desigualdad de clases sociales, en el Evangelio que consideramos en el presente trabajo, se nos insta a formar parte de dicho cambio. Obviamente, no tenemos el poder necesario para cambiar estructuras sociales, pero podemos cambiar nosotros, hasta llegar a ser los cristianos que Dios soñó que llegáramos a ser desde la eternidad.
   Cuando muchos predicadores son preguntados respecto del hecho de por qué tarda Jesús tanto tiempo en instaurar el Reino mesiánico entre nosotros, sabiendo que la mayor parte de la humanidad sufre por diversas causas, responden sin vacilar que Dios tiene su tiempo para actuar, lo cual, si es cierto porque el tiempo de Nuestro Santo Padre no es el nuestro, tiene el efecto de que se le muestre como indiferente a los problemas de quienes sufren, y requieren de su intervención en su favor. Los predicadores necesitamos ser humildes y reconocer que no podemos dar las respuestas que se nos piden en determinadas circunstancias, e incluso necesitamos aprender a callarnos antes de perjudicar a Nuestro Padre celestial y a sus hijos con nuestras respuestas inoportunas.
   Dado que Dios normalmente no actúa cuando deseamos que lo haga por razones que escapan a nuestra incomprensión de seres imperfectos, necesitamos vivir la esperanza cristiana, la cual no es espera resignada y cómoda, sino formación, trabajo y práctica de la oración activas. Es fácil dejar todos los asuntos propios y ajenos en manos de Dios, pero no lo es tanto el hecho de hacer lo que podemos llevar a cabo porque tenemos cabeza para pensar, manos para hacer el bien y pies para ir al encuentro de quienes nos pueden ayudar o requieren de nuestros dones espirituales y/o materiales.
   Los fariseos y la gente del pueblo que vivieron en el tiempo de Jesús, pudieron escandalizarse del Señor, al constatar que no era el tipo de mesías anti romano y fanático respecto del acatamiento del cumplimiento de sus 613 preceptos legales. De igual manera, nosotros también estamos expuestos a escandalizarnos del Señor, si comprobamos que no es el dios que estamos tentados a crear a nuestra imagen y semejanza. No olvidemos que Dios nos ha creado a su imagen y semejanza, porque somos nosotros quienes necesitamos adaptarnos plenamente al cumplimiento de su voluntad, para poder alcanzar la plenitud de la felicidad.
   Dichosas serán las denominaciones cristianas si sus miembros son capaces de unir a sus filas a gente de conducta intachable capaz de cumplir la voluntad de Dios sin que ello le sea impuesto, que no se escandalice de la conducta pecaminosa característica de muchos creyentes de todos los tiempos.
   Jesús respondió en parte la pregunta que le hicieron los seguidores de San Juan Bautista, con el texto que podemos leer en MT. 11, 4. A raíz de esto, nos corresponde preguntarnos: ¿Qué ven y oyen quienes tienen una fe poco formada y los no creyentes respecto de nosotros para desear ser seguidores de Jesús de Nazaret?

   Oremos:

   Espíritu Santo:
   Asísteme para que no pierda la fe por falta de pruebas sensibles que me acrediten que mis hermanos en la fe se esfuerzan en cumplir tu voluntad.
   Ayúdame a captar los signos que se vislumbran en mi entorno de que hay gente que cumple tu voluntad, para que mi falta de fe y el desinterés que pueden caracterizarme a la hora de cumplir tus deseos, no me impidan verlos.
   Porque no veo signos que acrediten que no estoy solo en un entorno caracterizado por la carencia de fieles creyentes en Ti, concédeme tu fe divina.
   Para que no me surjan impedimentos que me excluyan de caminar al encuentro de quienes pueden ayudarme o necesitan mis dones espirituales y/o materiales, concédeme tu fe divina.
   Para que no me falte el ímpetu necesario para cumplir tu voluntad, -la cual deseo que sea mi voluntad-, concédeme tu fe divina.
   Para que siempre viva dispuesto a oír tu Palabra y aceptarla sin reparos, concédeme tu fe divina.
   Para que la vida de la gracia penetre mi alma y evite las posibles tentaciones de rechazarla que me puedan surgir, concédeme tu fe divina.
   Para que comprenda que la mayor pobreza del mundo es el desconocimiento de tu Palabra y de tu voluntad, y me empeñe en acabar con la misma según mis escasas posibilidades y la grandeza de tu amor y poder, concédeme tu fe divina.
   Para que profese mi fe libremente y nunca convierta a Jesús en un motivo de escándalo para mí ni para mis prójimos los hombres, concédeme tu fe divina.
   Para que comprenda que en la pequeñez de quienes más sufren se esconde la semilla del amor y el poder divinos, concédeme tu fe divina.

   2. Leemos atentamente MT. 11, 2-11, intentando abarcar el mensaje que San Mateo nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.

   2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.

   2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el texto, las frases más relevantes del mismo.

   3. Meditación de MT. 11, 2-11.

   3-1. San Juan Bautista recibió noticias de las palabras y obras llevadas a cabo por Jesús cuando estuvo preso (MT. 11, 2).

   San Juan Bautista fue encarcelado por el Tetrarca Herodes, ya que le reprochó el hecho de haberse casado contra lo establecido en la Ley de Moisés con su cuñada Herodías (LV. 18, 16), la cual se casó anteriormente con su hermano Filipo de Cesarea (MT. 14, 3-5). Mientras estuvo preso, el Profeta oyó que las palabras y las obras de Jesús diferían del mensaje que predicó anteriormente a su encarcelamiento, pues, en lugar de exterminar la corrupción político-religiosa aplicándoles a los líderes de Israel la justicia divina, el Hijo de Dios y María humanizó la Ley de Moisés, y se dedicó a anunciar algo insólito, un Reino de amor y de paz, del cual era impensable el hecho de que surgiera en un país cuyos hijos estaban divididos, y la mayoría de los tales malvivían bajo el yugo romano y el poder de sus dirigentes, muchos de los cuales eran inhumanos.
   Quizás nos es fácil aceptar la predicación del Evangelio cuando la vida nos sonríe, pero no lo es tanto cuando sufrimos por cualquier causa. No sabemos si San Juan Bautista envió a sus seguidores a interrogar a Jesús porque perdió la fe al ser maltratado en la fortaleza de Maqueronte, o si lo hizo para hacer que los tales se adhirieran al Mesías, pero independientemente del hecho que movió al hijo de Isabel a hacer que sus seguidores interrogaran a Jesús, se informó respecto de la actividad del Hijo de Dios y María, cuando sus circunstancias vitales eran muy dolorosas. Ello nos induce a no separarnos de Jesús, aunque no comprendamos por qué sufrimos, e incluso cuando pensemos que no podemos soportar nuestras circunstancias vitales.

   3-2. Unas preguntas inquietantes (MT. 11, 3).

   ¿Es Jesús el Mesías en quien podemos confiar aunque no ha acontecido su segunda venida a pesar de que han transcurrido prácticamente veinte siglos desde que ascendió al cielo, o necesitamos darle nuestra adhesión a otro líder político o religioso más fiable?
   ¿Somos los cristianos la gente que necesita el mundo para impulsar un cambio que extirpe la marginación y muchas causas de sufrimiento de la humanidad, o habrán de hacer tal trabajo quienes sean más humanos y bondadosos que nosotros?
   Respecto de la segunda pregunta que nos estamos planteando, no sólo incluyo en la misma a los líderes religiosos, pues también los cristianos de a pie tenemos nuestra parte de responsabilidad, a la hora de responder el citado interrogante.

   3-3. ¿Qué oyen y ven respecto de los cristianos practicantes los creyentes que tienen una fe poco formada y quienes carecen de fe en el Dios Uno y Trino para desear abrazar la fe que profesamos? (MT. 11, 4).

   Al ser judío, San Juan Bautista tenía la creencia de que quienes cumplían la voluntad de Yahveh tenían un buen destino, y de que les iba mal a quienes la incumplían. En este sentido, el Profeta pudo llegar a preguntarse: ¿Cómo es posible que se me haya encarcelado por cumplir la voluntad de Dios, sin que el Mesías me haya auxiliado?
   Si Jesús es el Mesías, ¿por qué actuó contra sus intereses al no librar de la cárcel a un hombre que podría haberle ayudado a llevar a cabo su obra?
   San Juan Bautista podía valorar los prodigios que Jesús hacía, pero constataba que los mismos no estaban relacionados con la aplicación de la justicia divina a quienes se aliaron con los colonizadores romanos para enriquecerse a costa de empobrecer a la mayoría de sus hermanos de raza. Al considerar que San Juan estaba preso, es comprensible el hecho de que se debilitara su fe en Jesús, si es que ello llegó a suceder realmente.
   ¿Qué hacemos y decimos los cristianos para fortalecer la fe de quienes apenas logran creer en el Dios Uno y Trino y conseguir que se nos adhieran los no creyentes?
   ¿Qué señales existen de que realmente los cristianos trabajamos para crear una sociedad en que no exista ningún tipo de exclusión social?
   ¿Qué nos falta hacer a los cristianos para que termine de hacerse realidad la citada utopía que conocemos como Reino de Dios?

   3-4. ¿Son las obras que Jesús llevó a cabo signos esenciales para fortalecer nuestra fe? (MT. 11, 5).

   El hecho de extinguir las miserias características de la humanidad, la resurrección de los muertos y la predicación del Evangelio, eran los signos que Jesús les dio a los seguidores de San Juan Bautista, para demostrarles que es el Mesías que sus hermanos de raza esperaron durante siglos. Ello nos induce a los cristianos del siglo XXI a preguntarnos si tales signos también son suficientes para que nos sea posible creer en Dios, o si solo creemos que se trata de simples alegorías fantásticas para hacernos comprender que, si queremos, podremos lograr que llegue el día, en que sean exterminadas, las razones por las que la mayor parte de la humanidad, vive situaciones dramáticas.
   Ante la pregunta de si son necesarios los prodigios de Jesús para que podamos creer en el Señor, pensemos que muchos que vivieron en el tiempo de Jesús, e incluso fueron testigos de sus predicaciones, y estuvieron presentes cuando hizo prodigios, terminaron condenándolo a muerte. Recordemos siempre que para creer en Dios, no necesitamos ver prodigios, sino saber que somos prodigios de Dios, y por ello podemos ser los cristianos que Dios soñó desde la eternidad, para mejorar tanto nuestra vida, como el entorno en que vivimos.
   Cuando sintamos que nuestra fe tiene tendencia a empobrecerse, pensemos en las palabras y prodigios del Señor, y en cómo se ha manifestado el Dios Uno y Trino en nuestra vida. Al recordar los cambios que efectuamos en nuestra vida por causa de la fe que profesamos, desearemos imitar a San Juan Bautista en su prisión, el cual, a pesar de su sufrimiento, en vez de alejarse del Señor, se informó respecto de su predicación y sus obras, e incluso hizo que sus seguidores se le adhirieran (JN. 3, 30). Hagamos posible que los hombres, mujeres y niños débiles que somos, sean empequeñecidos, para que el amor y el poder de Dios habiten en nosotros, y nos concedan la perfección divina.
   Bienaventurada es la ceguera que ayuda a vislumbrar la luz que nos une a Jesucristo, el Camino que nos conduce a la presencia de Nuestro Padre común, la Verdad que nos hace libres, y la Vida eterna de dicha que añoramos (JN. 14, 6, y 8, 32).
   Dichosos son los cojos que pueden recorrer el camino que los conduce a la presencia de Dios sin desviarse.
   Dichosos son aquellos que tienen fe en que la lepra que les impide ser felices, sentirse amados y amar a sus prójimos incondicionalmente, desaparece.
   Dichosos son aquellos que entre el ruido del mundo y en el silencio de su interior, oyen la voz del Dios que les manifiesta su amor incondicional.
   Dichosos son quienes se sienten muertos aunque están vivos, y se dejan vivificar por el Señor.
   Dichosos son quienes lo perdieron todo o consideraron riqueza lo que en realidad los empobrecía, y se dejan enriquecer por su Padre y Dios.

   3-5. ¿Nos escandalizamos del Señor? (MT. 11, 6).

   Por haber recibido el Sacramento del Bautismo, los cristianos hemos nacido del agua y del Espíritu de Dios, lo cual es para nosotros una condición indispensable, para poder formar parte del Reino de Dios (JN. 3, 5), así pues, hagámonos las siguientes preguntas:
   ¿Qué le aporta Cristo a nuestras vidas?
   ¿Es Jesús el Dios en quien creemos porque nos hemos informado de sus obras y prodigios, o se reduce a la divinidad que hemos idealizado para evitar sucumbir ante nuestras dificultades?
   ¿Quién es para nosotros el Hombre cuya Palabra ha fortalecido a muchos excluidos socialmente durante veinte siglos, al mismo tiempo que ha sido utilizado por otros para mantener su poder e incluso para fortalecerlo?

   3-6. La humildad de San Juan Bautista (MT. 11, 7-10).

   Para Jesús, San Juan Bautista no era el más pobre ni el más rico de sus hermanos de raza, pues lo consideró como superior a cualquier Profeta del Antiguo Testamento, cuya venida a Israel fue vaticinada en IS. 40, 3, y en MAL. 3, 1A, y 23-24. Dado que el hijo del sacerdote Zacarías fue el último de los Profetas del Antiguo Testamento, en el Evangelio que estamos meditando, es considerado por Jesús, como miembro de un Reino sin prejuicios, diferente a la manera de ver el mundo de quienes no conciben a la humanidad sin dividirla en estamentos sociales.

   3-7. ¿Dónde radica la grandeza de San Juan Bautista? (MT. 11, 11).

   Si en nuestras sociedades son grandes quienes ostentan el poder, las riquezas y el prestigio, el Reino de Dios es diferente a tal concepción de la humanidad. Esta es la razón por la que San Juan Bautista, -el más grande de los hombres nacido de mujer después de Jesús-, es el más pequeño en el Reino mesiánico, por ser el último Profeta de la fe judía, a la que superó el Cristianismo. Jesús no dijo que San Juan Bautista era insignificante, sino que la visión mundial del Reino de Dios, es superior a la de la humanidad dividida en estamentos sociales.
   Es interesante constatar cómo Jesús no le concedió tal grandeza a San José por haberle hecho de padre adoptivo, pues se la concedió a San Juan Bautista, considerando su obra redentora, superior a cualquier episodio de su vida oculta. No veamos en las palabras del Señor el rechazo a San José, sino la humildad de quien consideró su causa vital superior a su existencia.

   3-8. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos, individualmente.

   3-9. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de asimilarlos.

   4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en MT. 11, 2-11 a nuestra vida.

   Respondemos las siguientes preguntas, ayudándonos del Evangelio que hemos meditado, y de la consideración que aparece en el apartado 3 de este trabajo.

   3-1.

   ¿Por qué fue encarcelado San Juan Bautista por Herodes?
   ¿Por qué optó San Juan Bautista por arriesgar su vida a la hora de condenar el matrimonio de Herodes y Herodías?
   ¿Por qué se informó San Juan Bautista respecto de las palabras y obras de Jesús cuando estaba preso, si sabía que la predicación del Señor, en lugar de dirigirse a condenar a los líderes religioso-políticos corruptos de los judíos, se encaminaba a constituir una sociedad de hermanos, en la que no existiera la marginación?
   ¿Por qué creemos en Jesús, si sabemos que el Señor no cumple nuestra voluntad?
   ¿Cómo pudo predicar Jesús la utopía del Reino de Dios en Israel, a pesar de las desigualdades sociales que existían, y de que la mayoría de habitantes del país eran extremadamente pobres?
   ¿Cómo es posible que unos cristianos imiten la conducta de Jesús sumiéndose en la miseria durante muchos años, y que otros llamen humildad a la posesión de riquezas, e incluso conserven la antigua creencia judía, según la cual, cuanto más ricos son, se sienten más bendecidos por Dios?
   ¿Por qué puede ser para nosotros más fácil aceptar la predicación del Evangelio cuando la vida nos sonríe que cuando sufrimos?
   ¿Por qué envió San Juan Bautista a sus discípulos para que interrogaran a Jesús con respecto a su Mesianismo?

   3-2.

   ¿Es Jesús el Mesías en quien podemos confiar aunque no ha acontecido su segunda venida a pesar de que han transcurrido prácticamente veinte siglos desde que ascendió al cielo, o necesitamos darle nuestra adhesión a otro líder político o religioso más fiable?
   ¿Somos los cristianos la gente que necesita el mundo para impulsar un cambio que extirpe la marginación y muchas causas de sufrimiento de la humanidad, o habrán de hacer tal trabajo quienes sean más humanos y bondadosos que nosotros?

   3-3.

   ¿Por qué pudo San Juan Bautista creer que el hecho de que le fuera bien en la vida era dependiente de su empeño a la hora de cumplir la voluntad de Yahveh?
   ¿Cómo es posible que San Juan Bautista fuera encarcelado por cumplir la voluntad de Dios, y que Jesús no lo auxiliara?
   ¿Cómo es posible que el Señor no actúe socorriendo a quienes sufren por cualquier causa para que sean felices en esta vida?
   Si Jesús es el Mesías, ¿por qué actuó contra sus intereses al no librar de la cárcel a un hombre que podría haberle ayudado a llevar a cabo su obra?
   ¿Se debilitó la fe de San Juan Bautista cuando estuvo preso? ¿Por qué?
   ¿Qué hacemos y decimos los cristianos para fortalecer la fe de quienes apenas logran creer en el Dios Uno y Trino y conseguir que se nos adhieran los no creyentes?
   ¿Qué señales existen de que realmente los cristianos trabajamos para crear una sociedad en que no exista ningún tipo de exclusión social?
   ¿Qué nos falta hacer a los cristianos para que se haga realidad la citada utopía que conocemos como Reino de Dios?

   3-4.

   ¿Con qué signos les demostró Jesús a los seguidores de San Juan Bautista que es el Mesías?
   ¿Pensamos que tales signos son suficientes para que los cristianos del siglo XXI creamos en Dios, o los consideramos símbolos demostrativos de una realidad que podremos hacer posible cuando la deseemos y nos esforcemos en vivirla?
   ¿Es necesario que el Señor haga prodigios para que podamos creer en ÉL?
   ¿Por qué no creyeron en Jesús muchos testigos de sus predicaciones y prodigios?
   ¿Por qué necesitamos creer que somos prodigios de Dios para creer en Nuestro Padre celestial, y no ver cómo lleva a cabo prodigios?
   ¿Qué podemos hacer para mejorar nuestra vida e influir positivamente en nuestro entorno?
   ¿Qué haremos cuando sintamos que nuestra fe empiece a debilitarse?
   ¿Qué nos sucederá cuando recordemos los cambios que hemos hecho en nuestra vida por causa de la fe que profesamos?
   ¿Nos subestimamos al querer cambiar nuestra pequeñez por la grandeza de Dios? Razona tu respuesta a esta pregunta.
   ¿De qué manera se ha manifestado la luz de Dios en tu vida?
   ¿Cómo ha sido tu recorrido del camino que te está conduciendo a la presencia de Dios hasta el día en que estás leyendo este trabajo?
   ¿Existe alguna razón que te separa de tus prójimos los hombres?
   ¿Estás haciendo algo para resolver ese problema?
   ¿Te sirves del silencio para orar, o lo rehúyes para evitar sufrir?
   ¿Cómo te ha vivificado el Señor?
   ¿Cuáles son tus verdaderas riquezas?

   3-5.

   ¿Qué le aporta Cristo a nuestras vidas?
   ¿Es Jesús el Dios en quien creemos porque nos hemos informado respecto de sus obras y prodigios, o se reduce a la divinidad que hemos idealizado para evitar sucumbir ante nuestras dificultades?
   ¿Quién es para nosotros el Hombre cuya Palabra ha fortalecido a muchos excluidos socialmente durante veinte siglos, al mismo tiempo que ha sido utilizado por otros para mantener su poder e incluso para fortalecerlo?

   3-6.

   ¿Quién era San Juan Bautista para Jesús?
   ¿Por qué consideró Jesús que San Juan Bautista era superior a los Profetas del Antiguo Testamento?
   Indica una diferencia entre nuestras sociedades y el Reino de Dios.

   3-7.

   ¿Cómo es posible que San Juan Bautista, -el más grande de los nacidos de mujer después de Jesús-, sea el más pequeño en el Reino celestial?
   ¿Despreció Jesús a San Juan Bautista al considerarlo como el más pequeño miembro del Reino de Dios?
   ¿Despreció Jesús a San José por no adjudicarle a su padre adoptivo la grandeza con que describió a San Juan Bautista?

   5. Lectura relacionada.

   Leamos y meditemos IS. 40, 1-5, reflexionando sobre el ministerio profético de San Juan Bautista.

   6. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos extraído de la Palabra de Dios expuesta en MT. 11, 2-11.

   Comprometámonos a ser los prodigios que nuestros prójimos necesitan para creer en Dios y aceptar a Jesús como Mesías.

   Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.

   7. Oración personal.

   Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del mismo que hemos hecho.

   Ejemplo de oración personal:

   Señor Jesús:
   Fortalece mi fe en Ti mediante la instrucción bíblica, la práctica de la caridad y la oración, para que jamás vuelva a dudar de Ti.

   8. Oración final.

   Leamos y meditemos el Salmo 71, alabando al Dios que nos ha demostrado su amor, y pensando en lo que queremos corregir de nosotros, para asemejarnos más a Jesús.

   José Portillo Pérez espera peticiones, sugerencias y críticas constructivas, en

joseportilloperez@gmail.com