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Esperemos gozosos el Nacimiento y la Parusía de Nuestro Libertador. (Meditación de la primera lectura del Domingo I de Adviento del Ciclo A).

   Meditación.

   1. Esperemos gozosos el Nacimiento y la Parusía de Nuestro Libertador.

   Meditación de IS. 2, 1-5.

   Nota: Aunque aplicamos el texto correspondiente a la primera lectura de la Eucaristía que estamos celebrando al día en que Jesús concluya la plena instauración de su Reino mesiánico en el mundo, conviene leer IS. 1, 21-2,5, para ver el fragmento del primer Isaías que estamos considerando, como anuncio de la situación que habrían de vivir los judíos, después de que retornaran a su tierra, tras haber concluido los setenta años, que se prolongó la cautividad babilónica.

   Isaías sirvió como Profeta del Reino de Judá durante los años 740-681 antes de Cristo. Como ocurrió en otras ocasiones durante la historia de Israel, el citado predicador vivió en una época caracterizada por el incumplimiento de la voluntad de Yahveh, -es decir, la corrupción religioso-política, la búsqueda de alianzas militares con naciones extranjeras por falta de confianza en el Dios que se comprometió a proteger a su pueblo, el abuso de los menos favorecidos socialmente y la miseria, caracterizaban los dos reinos en que se dividió Israel, en tiempos del nieto del Rey David- Durante los años que Acaz y Manasés fueron reyes, el pueblo se volvió idólatra, hasta el punto de llegar a sacrificar niños. Dado que Isaías llegó a ver el cautiverio del Reino del Norte el año 722, inició su obra con una advertencia (IS. 1, 2-4).
   En IS. 1, 21, el Profeta llama "adúltera" a la ciudad de Jerusalén, por causa de los pecados que cometían los habitantes de la misma, y porque, la relación de Yahveh con su pueblo, es equiparada a una relación matrimonial. De este hecho, podemos extraer una enseñanza para los cristianos de nuestro tiempo. Quizás nos mantenemos grandes periodos de tiempo creyendo que no pecamos en el sentido de que cumplimos los preceptos religiosos característicos de la denominación cristiana a que pertenecemos, pero, tal como les sucedió a muchos contemporáneos de Isaías, nos encerramos en nuestro interior, y no queremos contribuir a solventar, las carencias de nuestros prójimos. Quizás convertimos la oración en una burbuja en la que nos encerramos para evitar hacer el bien, alegando que, lo mejor que podemos hacer en la vida, es hablar con Nuestro Padre común. Quizás nos pasamos la vida leyendo la Biblia, y no ponemos en práctica lo que aprendemos durante nuestros años de formación. Quizás pasamos muchas horas haciendo el bien, y no oramos porque argumentamos que no tenemos tiempo para descansar, porque en el mundo hay mucha gente que necesita de nuestro apoyo constante, porque lo pasa mal. No adulteremos nuestra profesión de fe convirtiéndola en un hobby, y dispongámonos a conocer a Dios por medio del estudio constante de su Palabra, cumplamos la voluntad divina aplicando dicha Palabra a nuestras vivencias, y relacionémonos con el Dios Uno y Trino, por medio de la práctica incesante de la oración.
   Fuera del ámbito religioso, podemos actuar como adúlteros, idolatrando a las personas y cosas, que no son dioses. El dinero, los bienes materiales, el sexo, el alcohol, la droga y otros tantos dioses falsos de nuestro tiempo, pueden separarnos de Nuestro Padre celestial. Oremos y actuemos para que los cristianos del siglo XXI no seamos como aquellos creyentes del tiempo de Isaías, que se acogían a los aspectos de su fe que a su juicio no les impedían promover la adoración de dioses falsos, y llevar a cabo injusticias no relacionadas con el cumplimiento de la voluntad divina, aunque sí lo estaban con sus intereses personales. No olvidemos que Jesús llamó generación adúltera (MT. 12, 39) a aquellos de sus hermanos de raza que no se sometían al cumplimiento de la voluntad de Dios. Tal como les sucedió a tales personajes, no seamos extremadamente exigentes con nuestros prójimos ni con nosotros a la hora de cumplir ciertos preceptos religiosos, para terminar adulterando nuestra profesión de fe, adorando dioses falsos, y cometiendo injusticias.
   El Templo de Jerusalén fue construido en el monte Moriah, y, según el texto del primer Isaías que estamos considerando, visto desde nuestra perspectiva actual, al final de los tiempos, dicha construcción atraerá a todas las naciones de la tierra, no por su belleza material, sino por la presencia y la influencia de Dios en el mismo. Este hecho me incita a preguntarme:
   ¿Qué busco cuando me acerco a Dios en las celebraciones sacramentales?
   ¿Asisto a los templos para contemplar la belleza de los mismos y las imágenes religiosas que contienen, o lo hago buscando permanecer ante el Dios que me manifiesta su amor constantemente?
   Hemos iniciado el Adviento, que no es un tiempo de espera, sino de esperanza. Mientras que la espera nos hace permanecer inactivos hasta que suceda lo que aguardamos, la esperanza, al mismo tiempo que es espera, nos induce a esforzarnos para conseguir lo que deseamos. Es por ello que os propongo que consideréis lo que podéis hacer para que los instrumentos de guerra se conviertan en instrumentos de labranza de la tierra que tiene recursos de sobra para alimentarnos a todos los cuales han sido repartidos desigualmente (IS. 2, 4), a fin de que nos sea posible vivir caminando a la luz de Yahveh (IS. 2, 5).

José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com