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La esperanza es la espera activa que nos mantiene aguardando la segunda venida del Señor Jesús. (Ejercicio de lectio divina del Evangelio del Domingo I de Adviento del Ciclo B).

   Domingo I de Adviento del Ciclo B.

   La esperanza es la espera activa que nos mantiene aguardando la segunda venida del Señor Jesús.

   Ejercicio de lectio divina de MC. 13, 33-37.

   Lectura introductoria: IS. 64, 4A.

   1. Oración inicial.

   Iniciemos este encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre, del Hijo, y, del Espíritu Santo.
   R. Amén.

   Al empezar a vivir un nuevo ciclo litúrgico, nos disponemos a acoger a Jesús en su triple venida al mundo, así pues, cuando celebremos la Navidad recordaremos la primera venida de Nuestro Redentor al mundo, en el presente experimentamos su presencia en virtud de nuestra recepción del Espíritu Santo y el amor con que somos amados por el Señor y lo amamos, y, al final de los tiempos, vendrá nuevamente, a concluir la plena instauración de su Reino entre nosotros.
   Desde que fue fundada la Iglesia madre de Jerusalén por los Apóstoles del Mesías, la Iglesia está anunciando el último retorno del Señor a nuestro encuentro, a pesar de que el mismo aún no ha acontecido. Aunque el Hijo de Dios y María aún no ha venido a concluir la realización de su obra redentora, ello no significa que se nos invita a obviar nuestro ciclo de formación, acción y oración, pues, cuando menos lo esperemos, el Señor concluirá la obra que le fue encomendada por Nuestro Padre común, y nos gustará disponernos a recibirlo.
   Permanezcamos alertas mientras aguardamos la segunda venida -o Parusía- del Señor. Si queremos permanecer en actitud vigilante, vivamos según la vocación que hemos recibido del Dios Uno y Trino. Independientemente de que seamos religiosos o laicos, los cristianos hemos sido llamados a cumplir la voluntad del Dios que desea que formemos parte de su familia, porque quiere concedernos la plenitud de la dicha.
   No permitamos que nadie ni nada nos impida cumplir la voluntad de Nuestro Padre común. No nos dejemos afectar por vicio alguno, ni por la pereza, que es la modorra de quienes no tienen una fe lo suficientemente estable como para tener claro que, sin dejar de llevar a cabo el cumplimiento de sus deberes, han de cumplir la voluntad del Dios que nos ama y nos quiere salvar, como si de ello dependiera la conclusión de la plena instauración del Reino mesiánico en el mundo.

   Oremos:

   Espíritu Santo:
   Hoy quiero pedirte que me ayudes a llenar mis años de vida, porque deseo que mi existencia sea algo más que una vida llena de años.
   Ayúdame a sentir que tus mandamientos no son imposiciones que me haces bajo la amenaza de ser condenado si no las acato forzosamente, pues son las instrucciones que me das, a fin de que pueda ser purificado y santificado (SAL. 112, 1).
   Ayúdame a superarme a mí mismo, para que no crea que por causa de mi imperfección y mis transgresiones en el cumplimiento de tu Santa Ley soy indigno de Ti, pues no deseo que, el miedo a no ser digno de formar parte de tu Reino me desanime, de manera que me sienta incapaz de cumplir tu voluntad.
   Fortalece mi fe, para que la pereza no me impida actuar como han de hacerlo los hijos del Dios Uno y Trino, y para que el sueño de los carentes de la citada virtud teologal, no me desvíe de la senda que he de recorrer, para ser purificado y santificado.
   Deseo ser digno de la vocación que he recibido de ti, y quiero demostrarme a mí mismo y convencer a mis conocidos de que ello es posible que suceda, viviendo según la vocación que he recibido de Ti. Independientemente de que sea religioso o laico, quiero vivir cumpliendo tu voluntad divina, a partir del estado de vida que has elegido para mí, porque, a partir del mismo seré purificado y santificado.
   ¿Vendrá Jesús antes de que acontezca mi fallecimiento, o aún faltan millones de años para que acontezca tan importante episodio de la historia de la redención de la humanidad? No puedo responder esta pregunta certeramente, ni quiero hacer conjeturas a fin de lograr encontrar una respuesta a este interrogante de la que no puedo tener garantía alguna de su certeza, pero, lo que deseo hacer, es permanecer en vela, cumpliendo tu divina voluntad.
   Si Jesús viene a mi encuentro antes de que concluya mi vida, quiero que me encuentre sin ser afectado por el sueño de la carencia de fe, y, si viene después de que acontezca mi muerte, quiero tener la satisfacción de ofrecerle una vida de formación religiosa y de obras caritativas realizadas, perfeccionadas por el arte de la oración.
   Espíritu Santo, porque eres el amor que vinculas al Padre y al Hijo y con ambos eres el único Dios verdadero, concédeme lo que te pido, para que pueda glorificar al Dios Uno y Trino, amándolo incondicionalmente, y sirviéndolo en sus hijos los hombres.

   2. Leemos atentamente MC. 13, 33-37, intentando abarcar el mensaje que San Marcos nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.

   2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.

   2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el texto, las frases más relevantes del mismo.

   3. Meditación de MC. 13, 33-37.

   3-1. Contexto en que se sitúa el Evangelio que estamos considerando.

   La perícopa evangélica que estamos considerando, abarca los cuatro últimos versículos del capítulo trece del segundo Evangelio. Ante la pregunta que los Apóstoles Pedro, Santiago, Juan y Andrés le hicieron al Señor referente a la destrucción del Templo de Jerusalén, y los signos indicativos de que ello iba a acontecer (MC. 13, 2-4), Jesús les hizo una serie de profecías relativas a la destrucción de Jerusalén llevada a cabo por los soldados de Tito y Vespasiano el año setenta del siglo I y ciertos hechos referentes al fin del mundo, las cuales no fueron ordenadas cronológicamente, lo cual ha dado lugar a interpretaciones confusas, dado que, científicamente, es imposible aclarar el tiempo en que se llevó a cabo -o acaecerá- el cumplimiento de bastantes de los citados anuncios atribuidos a Jesús por San Marcos, los cuales están relacionados con el fin del mundo, dado que, los hechos relacionados con la destrucción de Jerusalén son fáciles de averiguar, si tenemos en cuenta que, los Evangelios sinópticos (las obras de los Santos Mateo, Marcos y Lucas), fueron escritos después de que aconteciera tan trágico acontecimiento.
   Jesús les hizo a los citados Apóstoles advertencias referentes a lo que habría de suceder en el futuro, pero, tales seguidores del Señor, no estaban destinados a vivir paralizados, esperando que las citadas profecías se cumplieran. Dado que el Adviento es tiempo de esperanza, y la esperanza es una espera activa en la que podemos trabajar para conseguir lo que deseamos, sirvamos al Dios Uno y Trino en sus hijos los hombres, solventando las carencias de los últimos en cuanto nos sea posible, como si de ello dependiera la plena instauración del Reino mesiánico en el mundo. Dado que podemos experimentar la presencia del Señor en espíritu y amor en nuestras vidas, no pensemos que el futuro de felicidad que añoramos se ve muy lejano, pues tenemos la posibilidad de hacer nuestro mejor esfuerzo, para lograr que la humanidad llegue a ser una familia de hermanos, compuesta por los hijos de Dios. La realización de este proyecto no es nada fácil, pero la belleza de las utopías, radica en la enorme dificultad, que conlleva en sí, el hecho de conseguir que se hagan realidad.
   Varias predicciones que Jesús hizo respecto de lo que sucedería entre el tiempo transcurrido entre la destrucción de Jerusalén, su segunda venida y el fin del mundo aún no se han cumplido, pero, a nosotros, más que adivinar el tiempo en que tendrán su acabado cumplimiento, nos corresponde cumplir la voluntad divina como si el Señor estuviera al regresar a concluir su obra salvadora, ya que nadie ha descubierto la manera de satisfacer nuestra curiosidad sin errar, y necesitamos encontrar a Jesús todos los días, en nuestro interior, en nuestros familiares, vecinos, amigos, compañeros de trabajo, hermanos en la fe y en muchos desconocidos, y más especialmente, en quienes sufren por cualquier causa. A nosotros, más que adivinar el día en que Jesús concluirá la realización de su obra, nos corresponde hacer de nuestra tierra el cielo de Dios, para que, el cielo que añoramos, sea nuestra patria definitiva. En lo que atañe a nosotros, el retorno de Jesús, más que cálculo de fechas siempre inexactas, requiere de preparación, -es decir, conocimiento de la Palabra de Dios, práctica de la misma, y práctica de  la oración-.
   Cristo volverá a la tierra según la fecha fijada en el calendario de Dios, así pues, cuando alguien os diga que el Señor vendrá a nuestro encuentro en una fecha determinada, no le creáis. A lo largo de los veinte siglos de existencia del Cristianismo, varios grupos han profetizado tal evento que jamás ha acontecido, por lo que se han visto obligados a cambiar el significado de sus falsas profecías, con el fin de que sus líderes no queden ante la humanidad como mentirosos dignos de pasar a la historia, a causa de las consecuencias características de cómo sus seguidores se dejaron seducir y arrastrar por quienes, en la mayoría de los casos, les prometieron la salvación, y les vaciaron los bolsillos.

   3-2. Permanezcamos en actitud vigilante (MC. 13, 33).

   Así como las vírgenes israelitas acompañaban a sus conocidas que contraían matrimonio y permanecían alertas mientras llegaban los esposos de las recién casadas a sus viviendas (MT. 25, 1-13), los cristianos vivimos, aguardando el regreso del Hijo de Dios y María a nuestro encuentro. San Marcos insiste en que vigilemos atentamente la llegada de tan esperado acontecimiento, porque es muy fácil para nosotros desviarnos del cumplimiento de la voluntad de Dios, así pues, podemos dejarnos arrastrar al terreno de dioses falsos tales como el dinero y el alcohol, descuidando nuestra formación religiosa, el servicio a nuestros prójimos los hombres, y la práctica de la oración. Dado que no sabemos en qué tiempo de nuestra vida o en qué época histórica volverá Jesús a concluir su obra redentora, deseamos estar atentos, para que, cuando el Señor retorne al mundo, independientemente de que permanezcamos vivos o hayamos fallecido, se encuentre con que estamos preparados a recibirlo, -es decir, que nos encuentre dispuestos a que pueda concluir nuestra purificación y nuestra santificación-.
   Permanezcamos en vela viviendo el futuro a partir del presente. El pasado ya no existe y el futuro aún no ha llegado si no lo vislumbramos cercano, pero, todo lo que suceda a partir de este preciso instante en que me leen mis lectores, forma parte del futuro. Si vislumbramos el futuro a partir del presente y no lo vemos lejano, y por ello nos aferramos al cumplimiento de la voluntad de Dios, constataremos la presencia de Jesús en nuestras vidas, en espíritu y en amor. No esperemos que Jesús concluya la plena instauración de su Reino entre nosotros para ser miembros del Reinado divino, pues ya somos hijos de Dios, y coherederos de Cristo (ROM. 8, 17).
   Lamentablemente, a muchos cristianos se les ha enseñado que velar no consiste en adquirir una buena formación religiosa, poner en práctica lo aprendido y practicar el arte de la oración, pues se les ha limitado a creer que es ver esta vida como una pesada carga a causa de la asechanza constante del pecado, y a morir en estado de gracia. Tales hermanos, han sido privados de la belleza que supone el hecho de amar a sus prójimos los hombres y de ser amados por los tales, pues solo han aprendido a decirse respecto del día de su muerte: "Que Dios nos coja confesados." Lamentablemente, son muchos los predicadores que dicen insistentemente que, la comisión de un solo pecado mortal, y la inoportuna llegada de la muerte en un mal momento, pueden malograr una vida de fe. Tales amantes del poder y la coacción, olvidan que, para que un acto sea considerado como pecaminoso, debe llevarse a cabo conscientemente. La permanencia en vela que puede hacer felices a quienes se instruyen en el conocimiento de Dios, hacen el bien y disfrutan del arte de la oración, es una auténtica pesadilla para quienes ven la vida como una carga, no aman a sus prójimos ni se sienten amados por los tales, tienen un gran miedo a pecar, y sienten pánico ante la posibilidad de transgredir el cumplimiento de algún mandamiento divino, y que la muerte los sorprenda, sin que les dé tiempo a confesarse. No vivamos un cristianismo estancado en prácticas de culto que no se proyecta desde el presente al futuro haciendo posible que vivamos en el Reino de Dios desde ahora hasta la eternidad.

   3-3. Dios nos da la posibilidad de que cumplamos su voluntad (MC. 13, 34).

   Dado que los porteros israelitas eran como capataces encargados de que sus consiervos cumplieran sus deberes, y los líderes religiosos son los encargados de mantener la fe de sus feligreses, hay quienes consideran a los primeros como los porteros mencionados por Jesús, y a los segundos como los demás siervos, por causa del deber de estos de mantenerse bajo la dirección espiritual de sus líderes. A pesar de ello, quienes no lideramos iglesias, también podemos ser porteros, al llevar a cabo nuestras responsabilidades de padres, profesores, médicos, instructores religiosos... Recordemos que la espera de la segunda venida -o Parusía- de Jesús no nos exime de nuestras obligaciones, sino que nos impulsa a cumplirlas con la mayor exactitud posible, de acuerdo a nuestras posibilidades de llevarlas a cabo en cada momento.

   3-4. ¿Cuándo acontecerá la segunda venida de Jesús? (MC. 13, 35).

   Jesús menciona las cuatro partes en que se dividía la noche en su tiempo en el versículo del segundo Evangelio que estamos considerando, las cuales eran el atardecer, la media noche, las horas de la madrugada en que cantan los gallos, y el amanecer del nuevo día, para recordarnos que no sabemos en qué tiempo de nuestra vida o en cuál época histórica acontecerá su venida, pues ÉL, aunque lo sabía porque es uno con Nuestro Padre común (JN. 10, 30), no lo sabía como hombre (MC. 13, 32), -es decir, dado que vivió como cualquier hombre, no lo dio a conocer, porque, para nosotros, es mejor ignorarlo-. Una vez más, Jesús hace hincapié, en el hecho de que vivamos velando insistentemente.

   3-5. ¿Estamos dormidos los cristianos de nuestro tiempo? (MC. 13, 36).

   En la Biblia, el sueño es un símbolo de pereza y muerte. Supongamos, amigos lectores, que Jesús vendrá a nuestro encuentro, el día en que leáis el presente trabajo. ¿Estaréis preparados para recibir al Señor? Por supuesto, por el hecho de ser humanos e imperfectos, y porque no podremos ser absolutamente perfectos jamás sirviéndonos de nuestros medios, si Dios quiere perfeccionarnos, tendrá que hacer en nuestras vidas, lo que escapa a nuestras posibilidades limitadas, para lograr su propósito (MT. 5, 48).

   3-6. Velad insistentemente (MC. 13, 37).

   Las palabras que Jesús les dirigió a aquellos de sus Apóstoles que tenían una relación más estrecha con Él, tenían que sernos aplicadas, a los cristianos de todos los tiempos. Una vez más, Jesús vuelve a hacer hincapié, en nuestra necesidad de vivir en vela, para que nos encontremos dispuestos a recibirlo, cuando acontezca su Parusía.
   No dejemos nuestra relación con Dios para cultivarla el último momento que vivamos, no por miedo a la condenación, sino para poder vivir una vida de fe, esperanza activa y amor sincero. Es triste ver lo que pierden muchos cristianos que se acercan a Dios cuando sienten que les faltan pocos años para morir, no por amor, sino por miedo a fallecer sin estar confesados. No me opongo al deseo de morir en estado de gracia santificante, sino a la negativa de muchos de amar a sus prójimos, y a su deseo de acercarse a Dios por simple interés, y no porque lo aman como Padre.
   Se nos ha dicho a muchos cristianos que, si queremos servir a nuestros prójimos, tenemos que salirnos de nosotros mismos, presuponiendo que, en nuestro interior, solo hay maldad, y los dones que hemos recibido del Espíritu Santo, nunca han fructificado en nosotros, ni podrán hacerlo, mientras permanezcamos vivos. A pesar de esta creencia que tanto dolor ha producido y sigue causando, como personas necesitadas de amor y poseedoras del mismo, necesitamos conocer nuestro interior, para maravillarnos al ver cómo el amor de Dios nos engrandece, y nos invita a gozarlo y a compartirlo con nuestros prójimos los hombres. En este sentido, no nos será necesario salir de nosotros para servir a los hijos de Dios, porque tenemos amor para amarnos y para amarlos, así pues, digo que necesitamos amarnos primero para amar después a nuestros prójimos los hombres, pues nadie puede dar lo que no tiene.

   3-7. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos, individualmente.

   3-8. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de asimilarlos.

   4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en MC. 13, 33-37 a nuestra vida.

   Respondemos las siguientes preguntas, ayudándonos del Evangelio que hemos meditado, y de la consideración que aparece en el apartado 3 de este trabajo.

   3-1.

   ¿En qué contexto se sitúa la perícopa evangélica que consideramos en el presente trabajo?
   ¿Por qué no oyeron los Doce Apóstoles del Mesías el discurso apocalíptico de Jesús?
   ¿Con qué hechos están relacionadas las profecías que hizo Jesús ante sus discípulos las cuales aparecen en el capítulo trece del Evangelio de San Marcos?
   ¿Por qué corremos el riesgo de confundirnos a la hora de intentar predecir el curso exacto de las citadas profecías?
   ¿Por qué no fueron ordenados cronológicamente los hechos relacionados con la destrucción de Jerusalén acaecida el año setenta, los sucesos relacionados con el tiempo de la Iglesia, la catástrofe característica del fin del mundo, y la plena instauración del Reino de Dios entre nosotros?
   ¿Cómo se suponía que los oyentes del discurso apocalíptico del Señor tenían que afrontar el futuro?
   ¿En qué sentido es la esperanza una espera activa?
   ¿En qué sentido tenemos el poder de anticipar el futuro de dicha que añoramos haciendo por nuestros prójimos los hombres lo que nos gustaría que ellos hicieran por nosotros? (MT. 7, 12A).
   ¿En qué radica la belleza de las utopías?
   ¿Por qué nos corresponde cumplir la voluntad de Dios y no perder el tiempo intentando adivinar cuándo acontecerá la Parusía de Jesús?
   ¿Cómo podemos ver una imagen de Jesús en quienes más sufren, si los tales son quienes parecen más desamparados por Dios?
   ¿Por qué conviene que no creamos a quienes predicen los días exactos de la venida del Señor y del fin del mundo?

   3-2.

   ¿Cómo vivimos los cristianos mientras aguardamos la segunda venida del Señor?
   ¿Por qué nos insiste San Marcos en el hecho de que vivamos en estado de vigilancia permanente?
   ¿Por qué nos conviene evitar descuidar nuestra formación religiosa, el servicio a los hijos de Dios, y la práctica de la oración?
   ¿Cómo lograremos que el Señor nos encuentre dispuestos a formar parte de su Reino cuando acontezca su segunda venida, independientemente de que estemos vivos o de que hayamos fallecido?
   ¿Cómo podemos vivir el futuro de dicha que añoramos a partir del presente?
   ¿Cómo podemos constatar que experimentamos la presencia de Jesús en espíritu y en amor?
   ¿Qué haremos para ser hijos de Dios y coherederos de Cristo?
   ¿Qué desventajas caracterizan a quienes ven la vida como una pesada carga y temen que Dios no los coja confesados a la hora de su muerte respecto de quienes consideran que velar es tener el privilegio de estudiar y meditar la Palabra de Dios, aplicarla haciendo el bien, y conocer profundamente el arte de la oración?
   ¿Tienen los segundos alguna desventaja respecto de los primeros?
   ¿Cómo podemos proyectar nuestra profesión de fe al futuro de dicha que aguardamos?
   ¿Son perjudiciales las prácticas cultuales en que nos podemos encerrar para evitar cumplir los mandatos divinos referentes al hecho de hacer el bien?
   ¿Cómo podemos equilibrar la formación religiosa, la práctica de lo aprendido haciendo el bien, y nuestro tiempo de oración constante?

   3-3.

   ¿Qué misión tenían los porteros israelitas?
   ¿Por qué asimilan muchos cristianos a sus líderes religiosos a los porteros de Israel?
   ¿En qué sentido podemos equipararnos todos los cristianos a dichos porteros aunque muchos seamos laicos?
   ¿Por qué no nos exime la espera del retorno del Señor de llevar a cabo nuestras obligaciones?

   3-4.

   ¿Por qué mencionó Jesús las cuatro partes en que en su tiempo era dividida la noche en el versículo del segundo Evangelio que consideramos en el presente trabajo?
   ¿En qué sentido nos conviene ignorar el día en que acontecerá la Parusía de Jesús?

   3-5.

   ¿Qué simboliza el sueño en la biblia?
   ¿Por qué tendrá Dios que hacer en nuestras vidas lo que escapa a nuestras posibilidades de seres imperfectos a fin de que podamos ser purificados y santificados?

   3-6.

   ¿Por qué ha de aplicársenos a los cristianos de todos los tiempos el mensaje de Jesús referente a que vivamos en estado de alerta permanente?
   ¿Por qué cultivaremos nuestra relación con Dios durante los años que vivamos, y no la pospondremos hasta que sintamos que nos quedan pocos años de vida?
   ¿Qué diferencia existe entre acercarnos a Dios por interés, y servirlo en sus hijos los hombres porque lo amamos?
   ¿En qué sentido se nos ha enseñado a muchos cristianos a salirnos de nosotros mismos a fin de que podamos servir a Dios?
   ¿Prescindiremos de nosotros para servir al Señor? ¿Por qué?
   ¿Qué presuponen quienes nos instan a salir de nosotros para que podamos ser buenos cristianos? ¿Por qué?
   ¿Qué descubriremos al conocernos?
   ¿Cómo es posible que Dios viva en nosotros, y no nos percatemos de ello?
   ¿Pecaremos si satisfacemos nuestras carencias en lugar de priorizar las necesidades de nuestros prójimos?
   ¿En qué casos sucede ello? ¿Por que?

   5. Lectura relacionada:

   Leamos y meditemos el capítulo trece del Evangelio de San Marcos, con el fin de disponernos a recibir al Señor adecuadamente, ateniéndonos a las enseñanzas que hemos considerado en el presente ejercicio de lectio divina.

   6. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos extraído de la Palabra de Dios, expuesta en MC. 13, 33-37.

   Comprometámonos, durante todos los días de la próxima semana, a leer los textos evangélicos correspondientes a las celebraciones eucarísticas, a aplicarnos lo que deduzcamos de los mismos, y a rezar el padre nuestro. Es necesario que nos concienciemos de la importancia que tienen para nosotros la formación religiosa, la práctica de lo que aprendemos, y la práctica de la oración.

   Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.

   7. Oración personal.

   Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del mismo que hemos hecho.

   Ejemplo de oración personal:

   Señor Jesús:
   Mientras nos disponemos a conmemorar tus tres presencias entre nosotros, -la pasada, la presente y la futura-, ayúdanos a encontrar respuestas, a las preguntas que nos hacemos, relacionadas con la existencia de Dios, y el sufrimiento.

   8. Oración final.

   Leemos y meditamos el Salmo 121, alegrándonos al recordar el futuro de dicha que añoramos, y pensando cómo lo viviremos desde el presente.

   José Portillo Pérez espera peticiones, sugerencias y críticas constructivas, en

joseportilloperez@gmail.com