Introduce el texto que quieres buscar.

Meditación para el Domingo I de Adviento del Ciclo A.

   Meditación.

   1. Hoy hemos comenzado a vivir un nuevo año litúrgico. El primer Domingo de Adviento es para nosotros un día muy importante, precisamente porque empezamos un año de esfuerzo para perfeccionar nuestra actividad en el mundo y para fortalecer nuestro espíritu. Este periodo litúrgico que antecede a la Navidad que hoy hemos empezado a vivir se divide en 2 partes, así pues, entre hoy y el 16 de diciembre, vamos a centrarnos en el fin del mundo, y en el establecimiento del Reino de Dios entre nosotros, que tendrá como consecuencia el perfeccionamiento espiritual de todos los hombres, para que podamos gozar de la paz mundial. A partir del 17 de diciembre, nos dedicaremos exclusivamente a preparar la celebración de la Navidad, un tiempo litúrgico que tendremos muy presente a partir del 8 de diciembre, pues recordaremos un altísimo ideal de Santidad: la Inmaculada Concepción de María.
   2. Todos aceptamos el hecho de que Dios es muy bondadoso, pero quizá nos cuesta creer que Él, cambiando el dolor de la humanidad por una alegría indescriptible, obviará nuestra necesidad de la fe para venir a nuestro encuentro. Quizá no nos hemos percatado de que Dios vive en nosotros y en nuestros prójimos, de la misma forma que a lo mejor no hemos tenido la oportunidad de pensar -o de comprender- que Él se nos revela por mediación de los acontecimientos que conforman nuestra vida. La Iglesia, a través de su Liturgia, nos enseña a esperar la segunda venida de Cristo durante las semanas que anteceden a la Navidad. Esta es, pues, la causa por la que, en nuestras oraciones, durante las próximas semanas, repetiremos sin cesar, las palabras que encontramos en AP. 22, 20.
   3. Si Dios va a venir a nuestro encuentro, se nos hace necesario prepararnos a recibir a Nuestro Rey. ¿Qué nos dice San Pablo con respecto a nuestra formación para que estemos dispuestos a recibir al Mesías? (EF. 4, 23-24). El citado Apóstol nos sigue formando para que estemos dispuestos a recibir al Señor (2 COR. 10, 6).
   ¿Qué significa la extraña frase del Apóstol? San Pablo intentaba con su Epístola hacer que los lectores de su Carta se concienciaran de que él les había sido enviado por Dios, ya que ellos estaban divididos por causa de los judíos que no creían en el Hijo de María, y porque muchos creían que tanto Apolo, Pedro y Pablo, predicaban para dar a conocer a dioses diferentes -o formas distintas de concebir la misma fe- (1 COR. 1, 12-13). La Ley de Dios es muy compleja para que la podamos memorizar, es esta la causa por la que San Pablo, haciéndose eco de que es más importante cumplir los Mandamientos divinos que memorizar las Escrituras, escribió las siguientes palabras: (ROM. 12, 16).
   Quizá nos preguntamos: ¿Cuál es la causa por la que hemos de disponernos a recibir al Señor?
   ¿No resulta más apetecible el hecho de pensar que Dios no existe porque no se acomoda a nuestros modos de ver la vida excusándonos para ello confesando que el Todopoderoso no ha solventado las carencias de los más humildes?
   Dios vendrá a nuestro encuentro, así pues, en su visión del mundo redimido, San Juan vislumbró la siguiente descripción que hizo en su Apocalipsis que oyó pronunciar por una poderosa voz: (AP. 21, 3-4).
   De la misma forma que la plena instauración del Reino de Dios en el mundo supone un cambio indescriptible por su significado, los cristianos nos comprometemos a marcar la diferencia entre quienes carecen de fe, así pues, si creemos en Dios, no perderemos la esperanza cuando nos quedemos sin trabajo, evitaremos perder el ánimo cuando nuestros familiares y amigos sufran situaciones que no podamos resolver, y conservaremos nuestra confianza en el Señor cuando crea oportuno el hecho de llamar a su presencia a nuestros seres queridos. Esto sucede porque "Dios nos ha llamado a una vida de consagrados" (1 TES. 4, 7). Las palabras del Apóstol que estamos meditando nos instan a vivir consagrados a Dios, ofreciéndole a Nuestro Santo Padre nuestros pensamientos, todas las palabras que pronunciamos y la totalidad de las obras que llevamos a cabo.
   ¿Cuándo acontecerá el fin del mundo?
   ¿Cuándo podremos constatar que Dios existe porque se nos revelará?
   Esta misma pregunta que nos estamos planteando impulsó al Señor Jesús a pronunciar su famoso discurso apocalíptico cuando sus discípulos le inquirieron que los iluminara al respecto de las cuestiones relativas a su existencia, pues ellos estaban tan inquietos como lo estamos nosotros. Ellos le dijeron al Rabbi, las palabras que leemos en MT. 24, 3.
   Si supiéramos el tiempo que falta para que Dios venga a nuestro encuentro, nos olvidaríamos de realizar nuestras obras cuando faltara poco tiempo para que Jesús concluyera su obra redentora. Si Jesús hubiera podido satisfacer la necesidad de obtener respuestas de quienes le acompañaron dejando a sus familiares y pertenencias durante 3 años lo hubiera hecho, pero, como Dios Padre no le reveló el día crucial en el que será exterminada nuestra miseria, Cristo les dijo a sus amigos, las palabras expuestas en MT. 24, 36.
   4. Como cristianos que somos intentamos orar todos los días porque somos conscientes de que Dios está presente en nuestra vida. Creo necesario que durante las próximas semanas aumentemos nuestro tiempo de oración para familiarizarnos más y mejor con el Dios Trinidad, con María Santísima, y con nuestros titulares. Sería maravilloso que, cuando conmemoremos la Natividad de Nuestro querido Jesús, podamos constatar que nuestra espiritualidad es más elevada que lo era al iniciar el Adviento, así pues, de la misma forma que los israelitas en su peregrinación vivieron durante 40 años en el desierto, nuestra vida cristiana es una peregrinación, un tiempo que se nos concede para que le permitamos a Nuestro Padre celestial colmar nuestra existencia de dones y virtudes, así pues, aunque ignoramos cuándo vendrá Jesucristo a nuestro encuentro, podemos prepararnos a recibir al Rey que vendrá a visitarnos en Navidad como Hombre, y volverá al final de los tiempos, cuando este sistema de cosas sea transformado en cumplimiento de la voluntad de Dios.
   Un Hagiógrafo nos motiva para que no permitamos que se debilite nuestra fe con las siguientes palabras: (HEB. 11, 3).
   Concluyamos esta meditación repitiendo la conocida oración del Salmista: (SAL. 3, 9. 62, 2).

José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com