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Meditación para el Domingo III de Adviento del Ciclo A.

   Meditación.

   El pasado día 8 del presente mes celebramos la Inmaculada Concepción de María, y empezamos a conmemorar la radical preparación de la celebración de la Navidad. Todas las lecturas del tiempo de Adviento pueden ser aplicadas a las dos venidas de Jesús, pero, nosotros, en esta ocasión, vamos a meditar sobre la influencia que tuvo en nuestra vida la primera aparición del Rey de reyes en Palestina, y la forma en que su mensaje ha modificado nuestra existencia.
   Isaías, el gran cantor mesiánico, según nos acercamos a la Natividad del Hijo de María, nos va concienciando de la importancia que tuvo la actuación del Mesías en su primera venida, al mismo tiempo que nos insta a mantener nuestra esperanza en la Parusía -o retorno- de Jesús. En nuestro tiempo las palabras del más relevante de los Profetas mayores parecen extraídas de una fábula, porque, la realidad del Reino de Dios, es una utopía, para muchos de nuestros hermanos, que choca frontalmente con la concepción materialista, si tenemos en cuenta que nuestra próxima salvación, requiere de nosotros la adquisición de la costumbre de hacer el bien.
   Confirmemos nuestra fe en las realidades que nos ha transmitido el Profeta de la esperanza en la primera lectura correspondiente a la Eucaristía que estamos celebrando entonando o recitando un Salmo manifestándole a Dios nuestra esperanza y agradeciéndole a Nuestro Padre común la copiosa generosidad con que nos manifiesta su misericordia.
   De la misma forma que los labradores esperan pacientemente la llegada del tiempo en que cosechan sus ansiados frutos, vamos a esperar la celebración del Nacimiento de Jesús, albergando en nuestro corazón la esperanza de que Él se nos manifieste y nos ilumine con su luz. Oremos por nuestros hermanos que padecen la presión de los gobiernos que los persiguen, pues ellos, imitando a los Profetas, soportan muchas tribulaciones por el amor de Dios. Acordémonos de quienes sufren por Cristo y hagamos nosotros lo propio cuando no se nos comprenda en nuestro entorno social, pues es necesario que convirtamos al Evangelio al mayor número de personas posible, para que, cuando conmemoremos el solemne Nacimiento del Mesías, Jesucristo se sienta acogido en el corazón de la humanidad, más allá de todos los sentimientos adversos que podamos albergar en nuestros corazones en determinados momentos de nuestra existencia.
   En el Evangelio de hoy, San Mateo nos demostrará que Jesús es el Mesías en quien depositamos nuestra confianza, porque, en su vida, se cumplió el anuncio profético que constituye la primera lectura de hoy.
   (MT. 11, 11). El segundo Domingo de Adviento del Ciclo A vimos cómo Juan decía lo que creía que tenía que decir prescindiendo de los respetos humanos que podían apartarlo de la forma tan particular que tenía de enfocar el fiel cumplimiento de su misión. Juan fue encarcelado por el Tetrarca de Galilea porque cometió la osadía de decirle a Herodes que, según la Ley de Moisés, no le era lícito vivir con su cuñada Herodías como si fuera su mujer, pues la madre de Salomé estaba casada con Filipo de Cesarea (MC. 6, 17-18). Herodes respetaba a Juan y no quería encarcelarlo, pero su esposa insistió hasta que al fin logró lo que deseaba. Antes de que Herodes diera la orden de la ejecución del Profeta, el hijo de Elisabeth se percató de que había concluido su misión en el mundo, y, por ello, quiso que el Mesías le dijera, por medio de algunos de sus seguidores, si era Él aquel cuya divina misión había sido profetizada por los grandes predicadores que alentaron la fe de los israelitas en el pasado. La dramática vivencia del Bautista en la cárcel puede hacernos suponer que el hijo de Zacarías había perdido la fe, y que por ello, a través de varios de sus discípulos, quiso que Jesús lo alentara, pero lo cierto es que, una vez que Juan supo que no saldría con vida de la fortaleza de Maqueronte, quiso hacer todo lo que estuviera a su alcance para que sus seguidores empezaran a seguir al Mesías. Juan sabía muy bien que él no había sido enviado al mundo para ser servido, sino para servir y dar su vida por una causa justa, imitando al Mesías, que fue crucificado varios años después (JN. 10, 17-18). A mí me gustaría mucho que algún día podamos hacer nuestras las palabras con que Juan les respondía a quienes les decían que Jesús le estaba quitando a sus seguidores (JN. 3, 30).
   Muchas veces le pedimos a Dios que nos ayude a progresar en nuestro trabajo, que nos cure de nuestras enfermedades, y que proteja a nuestros familiares y amigos queridos. La oración de petición constituye un acto de fe y esperanza, dos virtudes teologales que pueden ser sustituidas con una facilidad muy extremada por una gran dosis de egoísmo. Vamos a decirle a Jesús que, aunque no se nos comprenda al iniciar nuestro trabajo de predicadores en nuestro entorno social, vamos a hacer lo posible para comunicarles la fe que profesamos a quienes nos rodean, para que, cuando celebremos el nacimiento del Mesías, el Señor tenga más brazos en que ser acogido.
   Juan les dijo a varios de sus seguidores que interrogaran a Jesús en los siguientes términos: (MT. 11, 3).
   San Mateo nos ha demostrado que Jesús es el enviado de Dios porque cumplió puntualmente la profecía contenida en el fragmento del libro de Isaías que constituye la primera lectura de este Domingo III de Adviento del Ciclo A. A pesar de la realidad que estamos meditando al comparar los citados textos de los dos testamentos en que se divide la Biblia, tenemos la oportunidad de pensar si Jesús es el Mesías que deseamos esperar, o si queremos buscar nuestra liberación en el mundo. Nosotros somos cristianos, y es de esperar que  renovemos nuestra fe recibida por el Sacramento del Bautismo día a día, y afiancemos el pilar sobre el que se sostiene nuestra creencia fundamental.
   Conozco a muchos pobres que piensan que su carencia de felicidad se justifica porque carecen de los medios que necesitan para expandirse en esta vida, pero también conozco a algunos ricos que tienen más dinero del que necesitan para vivir, y, como lo único por lo que se han esforzado en su vida es la consecución de riquezas y no han cultivado ningún valor espiritual, se sienten aislados y no aceptados. He visto a muchos drogadictos suplicarme que les dé algunas monedas alegando para ello que tienen que atender a sus mujeres hospitalizadas, que tienen que alimentar a sus hijos y otras muchas desgracias que se reducen a su necesidad de irse envenenando lentamente. No faltan los ancianos que se sienten desamparados por sus familiares, los niños que tienen que esforzarse más allá de sus posibilidades para poder sobrevivir, y otros chicos que, aunque tienen medios para mantenerse muy ocupados, carecen del afecto de sus progenitores, pues sus padres piensan que, con darles a sus hijos todo aquello que desean, cumplen con su labor paternal. Pienso que nuestra sociedad actual es un gran rastrillo en el que todos valemos lo que podemos comprar con nuestra vida. En contraposición al pensamiento actual, todos los años por este tiempo, la Iglesia difunde los anuncios esperanzadores de Isaías, y nosotros nos preguntamos:
   ¿De qué manera influyen las profecías mesiánicas en nuestra vida y en el ambiente en que vivimos?
   Somos cristianos católicos y por ello no ponemos en duda la realización de prodigios por parte de Jesús, pero, ¿qué repercusión tienen en nuestro entorno las obras que llevó a cabo el enviado de Dios?
   ¿Conocemos algún testimonio que nos verifique que el Señor sigue manifestándose en nuestra sociedad actualmente?
   ¿Creemos que el Señor dejó de hacer prodigios cuando fue ascendido al cielo después de su Resurrección?
   Si la Liturgia adventista nos insta a pensar en las tragedias que se producen constantemente en el mundo, ¿cómo podremos vivir la Navidad en un entorno festivo?
   La Navidad es algo más que una serie de fiestas en las que sobran comida y bebida para quienes pueden derrochar sus bienes, así pues, el tiempo litúrgico que empezaremos a vivir en la noche que transcurrirá entre el 24 y el 25 del presente mes, es el símbolo de la instauración de la paz mundial y la conclusión, en consecuencia de ello, de la Redención de la humanidad. En la Navidad se nos alertará para que no perdamos la esperanza en el cumplimiento de las promesas mesiánicas que se llevará a cabo en nuestra vida y en nuestro entorno cuando Cristo Jesús vuelva por segunda vez a este mundo.
   ¿Cómo puede saber una mujer que está preparada para recibir el Sacramento del Matrimonio? Al igual que los hombres, las mujeres tienen que cumplir una serie de condiciones para que sus relaciones conyugales no fracasen, así pues, en su caso, hay que decir que han de estar preparadas para cocinar y llevar a cabo las demás actividades domésticas, tienen que estar debidamente formadas para mantener relaciones sexuales, etcétera. De la misma forma que las mujeres se forman arduamente para casarse, nosotros, en este Adviento, nos prepararemos para recibir a Nuestro Señor en Navidad.
   ¿Cómo podremos saber el próximo veinticinco de diciembre si habremos alcanzado la debida formación para recibir al Mesías en nuestros corazones? Sabremos que nuestros corazones están dispuestos a convertirse en templos vivos de Jesús, si Nuestro Padre común puede cuestionarnos a través de nuestros prójimos, así pues, si amamos a Dios más que a nadie y más que a nuestras posesiones, y si ese amor se caracteriza por nuestra capacidad de servir a nuestros hermanos los hombres, ello nos indicará que nuestra alma es apta para que Cristo Jesús nazca y habite en nuestros corazones. Recordemos que en el Adviento no se nos transmite un mensaje que habrá de ser olvidado cuando concluya la Navidad, sino una forma de vida que nos eleva a la categoría de Dios obviando nuestra humana imperfección.
   Concluyamos esta meditación recordando con mucho amor a nuestros hermanos mexicanos, pues me consta que la gran mayoría de mis lectores son mexicanos y argentinos. Quiero que oremos por los habitantes de México porque en este día celebran a la Virgen de Guadalupe, la Bella Señora, la Madre de la paz que ha de caracterizar nuestra vivencia cristiana, la Diosa a la que le vamos a pedir que haga de nuestro corazón un templo apto para albergar a Cristo Jesús orando por nosotros incesantemente, pues Él vendrá a nuestro encuentro el próximo día veinticinco.

José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com