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bendigamos a Dios, Nuestro Padre celestial. (Meditación de la segunda lectura de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María Santísima. 8 de diciembre).

   Meditación.

   3. Bendigamos a Dios, Nuestro Padre celestial.

   Meditación de EF. 1, 3-6. 11-12.

   (EF. 1, 3). ¿En qué sentido nos ha colmado Dios de dones espirituales? El Espíritu Santo nos concede sus dones según los vamos necesitando, cuando sabe que no nos vamos a oponer a ejercitarlos.

   Dios nos concede sus dones espirituales -y los bienes materiales que nos da-, por medio de Jesucristo, porque Nuestro Señor vivió su Pasión, murió y resucitó, para perfeccionarnos, con tal que podamos vivir en la presencia de Nuestro Santo Padre celestial.

   (EF. 1, 4). Antes de crear el mundo, Dios nos destinó, -sin perjuicio de que prescindiéramos de su designio mediante el uso consciente de nuestra libertad de renegar de Él-, a que viviéramos en su presencia, no en nuestro estado actual de imperfección, sino en el estado glorioso, en que está Cristo Resucitado y glorificado.

   Si nos abstenemos de pecar para vivir en la presencia de Dios, hacemos lo correcto, porque ello es lo que deseamos hacer, si queremos consagrarnos al Dios Uno y Trino, -es decir, si queremos entregarle nuestra vida, para amoldarnos al cumplimiento de su voluntad-.

   (EF. 1, 4-5). Desde antes de crear el mundo, Dios nos destinó, -no por nuestros méritos, sino porque es su voluntad amarnos incondicionalmente-, a ser sus hijos adoptivos, porque Jesús pagó en la cruz, el mal de que la humanidad ha sido causante, testigo y víctima al mismo tiempo.

   Dios no nos ha destinado a vivir sufriendo eternamente, pues San Pablo nos dice que, junto a Cristo, -y por medio de Nuestro Salvador-, nos ha destinado, a vivir, felizmente, en su presencia.

   (EF. 1, 6). Agradezcámosle al Señor el bien que nos ha hecho, con las palabras del Salmista, que leemos en SAL. 13, 4-6.

   Pidámosle al Señor que atienda nuestras oraciones, para que la adversidad que vivimos, no nos haga perder la fe.

   Que nunca les falte la luz a nuestros ojos, y que seamos capaces de interpretar todo lo que nos sucede, desde el punto de vista de la fe que profesamos.

   Que el Señor nos libre de la muerte física, y de la muerte que supone la ignorancia de su conocimiento.

   Que el Señor nos socorra, para fortalecer nuestra fe, eliminar a los adversarios que son nuestros problemas, y para que los no creyentes puedan abrazar la fe que profesamos, al ver cómo mejora nuestra calidad de vida.

   Confiemos en la lealtad del Señor.

   Regocijémonos, mientras esperamos que el Señor cumpla la promesa de conducirnos a su presencia, limpios de nuestros pecados, y libres de los problemas que nos afligen.

   ¡Alabemos al Señor por el bien que nos ha hecho, y no dejará jamás de hacernos!.

   (EF. 1, 11). Los cristianos hemos sido destinados por Dios a ser coherederos de Cristo de la felicidad que Dios nos tiene reservada.

   Dios no procede jamás sin pensar lo que ha de hacer, pues siempre actúa en conformidad con el plan que trazó desde la eternidad, para hacernos felices, viviendo en su presencia.

   (EF. 1, 12). San Pablo hace referencia a sus hermanos de raza, de quienes espera que acepten a Nuestro Salvador, para que puedan vivir en la presencia de Nuestro Padre común.

   Nos es preciso meditar un versículo más del texto de San Pablo que estamos considerando, para recordar que no sólo los hebreos fueron destinados a vivir en la presencia de Dios, pues la esperanza de salvación, también es para los paganos, para toda la humanidad (EF. 1, 13). Por haber sido vinculados a Cristo espiritualmente, hemos sido marcados por el Espíritu Santo, para que, por la recepción de sus dones, y el ejercicio de los mismos, podamos alcanzar la salvación.

José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com