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Cantémosle a Dios un cántico de fe, esperanza y amor. (Meditación del Salmo responsorial de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María Santísima. 8 de diciembre).

   Meditación.

   2. Cantémosle a Dios un cántico de fe, esperanza y amor.

   Meditación del SAL. 97/98, 1. 2-3AB. 3C-4.

Después de meditar el capítulo tres del primer libro de la Biblia, nos disponemos a orar, y nos servimos, para dirigirnos al Señor, de los primeros cuatro versículos, del Salmo 97/98.

   (SAL. 97/98, 1). Cantémosle a Dios un cántico nuevo, -es decir, la mejor alabanza que jamás se le haya cantado-, porque ha hecho grandes maravillas en nuestra vida al manifestársenos, y, por medio de la Pasión, muerte y Resurrección de Cristo, nos ha redimido, por lo que nos hace esperar el día en que viviremos en un mundo, en que no existirá ninguna forma de padecimiento. Esta es la causa por la que San Pablo nos instruye, en COL. 3, 14-17.

   Que el amor a Dios y a nuestros prójimos, -demostrado en el servicio a los mismos-, la vivencia de la fe que profesamos, y nuestra alabanza a Dios, constituyan la mejor canción que podamos cantar durante los años que se prolonga nuestra vida.

   El Señor ha logrado su victoria con su mano derecha, pues la derecha es el lugar de honor. Jesucristo, -según rezamos en el Credo-, está sentado a la derecha de Nuestro Santo Padre en el cielo. Dios ha logrado la victoria sobre el mal, el sufrimiento y la muerte simbólicamente, -porque aún no ha derrotado totalmente a sus contrarios-, y ha procedido con gran honestidad, y lealtad a sus principios.

   El brazo del Señor es Santo, porque Nuestro Dios es superior a las fuerzas del mal.

   (SAL. 97/98, 2). Dios, -por medio de la Biblia, y de sus predicadores religiosos y laicos-, nos ha dado a conocer la salvación con que premiará el amor y fidelidad de sus amados hijos, y, al mismo tiempo, el transcurso de la Historia, nos hace comprender que, Nuestro Santo Padre, nos ha revelado su justicia, porque, aunque perdona nuestros pecados, no nos libra de vivir las consecuencias del mal que hemos hecho, porque ello es útil para nuestra purificación y santificación.

   (SAL. 97/98, 3). Dios hizo de los hebreos su primer pueblo, una nación santa de la que pensamos que fue una imagen de lo que representa la Iglesia en la presencia de Nuestro Padre común.

   De la misma manera que Dios fue un Padre amante y leal con los israelitas, Él cuida del pueblo cristiano, pues no deja de manifestarles su amor a quienes verdaderamente ama.

   Alegrémonos, porque no estamos solos, pues somos hijos del Dios del cielo y de la tierra (SAL. 97/98, 4).

José Portillo Pérez.
joseportilloperez@gmail.com