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Dios ha bendecido a Nuestra Madre celestial. (Meditación para la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María Santísima. 8 de diciembre).

   Meditación.

   Dios ha bendecido a Nuestra Madre celestial.

    ¿Hacemos mal al venerar a María Santísima y a los Santos mirando sus imágenes?

   Muchos católicos tenéis la costumbre de tener en lugares en que la veis constantemente e incluso de llevar en la cartera una imagen de Nuestra Santa Madre. Yo, al carecer de visión, prefiero llevarla en el corazón, pues en mi interior puedo verla mejor que en las imágenes. Aunque el hecho de tener una imagen tanto de María, de Jesús o de cualquier Santo, es para nosotros una forma de demostrar que amamos a quienes representan dichas imágenes, muchos de nuestros hermanos en la fe no están realmente seguros de si nos está permitido tener imágenes, dado que, los predicadores de otras denominaciones cristianas, -los cuales tienen como meta principal destruir la Iglesia Católica-, les hacen creer que confundimos la veneración con la adoración, de manera que, si tenemos imágenes religiosas en casa debemos tirarlas inmediatamente, para que las mismas no sustituyan a Nuestro Padre común. Aunque muchos creyentes se niegan a tirar las imágenes dado que las mismas forman parte de sus vidas, algunos de ellos, aunque no se desprenden de las mismas porque las tales tienen un valor sentimental muy importante para ellos, se quedan con la duda de si hacen bien o mal con tener dichas imágenes en sus hogares. Aunque creo haber tratado este tema en escritos anteriores, y los religiosos y laicos conocedores de la Biblia lo conocéis perfectamente, permitidme tratarlo nuevamente, con el fin de que nuestros hermanos desconocedores, tanto de la Biblia como de la Iglesia, no piensen que hacen mal a la hora de venerar, tanto a María Santísima, como a los Santos, contemplando sus imágenes.

   En la Biblia se distinguen los ídolos (cuya adoración nos está prohibida porque los tales sustituyen al mismo Dios) y los adornos religiosos, cuya posesión, -como veremos más adelante-, no nos está prohibida en absoluto, pues tienen la misión de ayudarnos a crecer espiritualmente, ya que, quienes podéis ver, cuanto más perfecto es vuestro sentido de la vista, tenéis la posibilidad de adquirir el conocimiento de Dios a través de la oración, que surge tanto de la inspiración del Espíritu Santo, de quien San Pablo escribió el texto de ROM. 8, 26, como de vuestros fervorosos corazones, mientras contempláis las imágenes que representan a quienes tanto amor les manifestáis en vuestras oraciones.

   ¿Por qué se nos prohíbe en la Biblia que adoremos a los dioses falsos? En el tiempo que Moisés caminó con los hebreos por el desierto para conducirlos a la Tierra prometida, los dioses de los pueblos extranjeros, tenían forma de toros, leones y otros animales. Como dichas imágenes eran consideradas como dioses por quienes creían en las mismas, los hebreos las llamaban ídolos o dioses falsos. Aunque los adeptos de las religiones que adoraban las citadas imágenes consideraban que las tales estaban dotadas de poderes mágicos, en realidad, sólo representaban los bajos instintos de los hombres. A modo de ejemplo, el becerro de oro que Aarón -el hermano de Moisés- hizo en el capítulo 32 del Éxodo, dado que Moisés no bajaba del Sinaí, y sus hermanos de raza le dieron por muerto, simbolizaba la fuerza bruta de la naturaleza, y el poder sexual más allá de los límites morales. El oro de dicho ídolo representaba la ambición desmedida y el poder explotador de la riqueza, lo cual ha logrado que los ricos y fuertes exploten a los pobres y débiles, lo que significa que, el hombre, por sí mismo, sin solidarizarse con sus prójimos, y desechando al mismo Dios, ha pretendido usurparle al Altísimo el puesto que le corresponde a Nuestro Padre común.

   Nosotros, imitando a los hebreos que desobedecieron a Dios y se hicieron idólatras, también tenemos la opción de apartarnos de Nuestro Padre común, y de unirnos a dioses superfluos, tales como el dinero, la droga, el sexo sin amor, la dominación de nuestros prójimos, etcétera.

   En este momento se me puede decir: "Todo esto de los ídolos está muy bien y parece tener sentido, pero, ¿cómo se puede interpretar el siguiente texto (DT. 5, 8-9)? Muchos protestantes nos atacan con el citado texto, diciéndonos que, la prueba de que adoramos las imágenes, consiste en que oramos postrados ante las mismas, lo cual sólo debe hacerse ante Dios. No niego el hecho de que, desgraciadamente, muchos católicos, -sobre todo hermanos nuestros que no saben leer ni escribir-, aman más las imágenes que al mismo Dios, dado que no tienen ninguna representación de Nuestro Padre celestial para orar ante la misma. Muchos de tales hermanos piensan que las imágenes son poseedoras de poderes mágicos, pero es preciso corregir a los tales, teniendo cuidado de tratarles con la mayor amabilidad posible, para no exterminar de sus corazones la fe que tienen. Al sacar los citados versículos y otros tantos textos bíblicos del contexto general de las Sagradas Escrituras, es fácil engañar a quienes no distinguen entre los falsos ídolos y los adornos religiosos, así pues, en el Éxodo, leemos que Dios le dijo a Moisés, las palabras que podemos leer en ÉX. 25, 17-20.

   Si los dos querubines colocados en el lugar del perdón de la parte más importante del Tabernáculo (templo portátil) hubieran sido ídolos, ¿qué sentido hubiera tenido el hecho de que el mismo Dios hubiera dado la orden de construirlos?

   ¿Tiene sentido el hecho de que Dios hubiera permitido la instalación de dos dioses falsos en el lugar en que habría de manifestársele a su Profeta Moisés?

   Veamos un texto que nos informa de que en el mismo Templo de Jerusalén había imágenes religiosas (SAL. 74, 4-6).

   Vemos que el hecho de tener imágenes en casa no es malo en absoluto, pero, el desconocimiento de la Biblia en su conjunto sí que puede ser muy perjudicial para los católicos que no tienen una Biblia en casa en la que se relacionan unos textos con otros, y se dejan engañar por creyentes de otras denominaciones  cristianas que, bien por su desconocimiento de la Palabra de Dios, o bien por su deseo de destruir la Iglesia Católica, pretenden hacerles perder la fe. Los catecúmenos deben cuidarse de no caer en la trampa de quienes les dicen: "Mirad en vuestras Biblias católicas textos como los que os enseñamos de las nuestras, y veréis que son idénticos a los que aparecen en nuestras Biblias, así pues, la Iglesia manipula la Palabra de Dios conscientemente en su beneficio y en perjuicio de sus creyentes", pues los tales no relacionan unos textos con otros, por lo cual, al no interpretar la Biblia en su conjunto, no diferencian la idolatría de la veneración, y, si tienen muy malas ideas, pueden decir que los citados querubines bíblicos eran imágenes religiosas, pero que, las imágenes nuestras, son ídolos que es necesario rechazar.

   Cuando yo tenía once años, murió mi hermana Lucía, víctima de una parálisis cerebral y de otras enfermedades, con tan sólo siete años. Un día en que mi madre tenía una fotografía de Lucía en sus manos en un lugar público, una señora que no conocía todo lo que habíamos pasado en mi familia, le preguntó a mi madre: "¿Qué le pasa a esa niña que tiene la cabeza medio baja y esa cara de idiota?". La verdad es que, tanto a mi madre como a mí, nos sentó muy mal aquella pregunta. Os cuento esto para que pensemos  que las imágenes religiosas son fotografías, no dioses falsos.

   Por cierto, quienes tienen la costumbre de orar arrodillados ante las imágenes de los Santos, no adoran a quienes representan las imágenes -salvo excepciones muy difíciles de localizar-, pues les suplican a los mismos que intercedan ante la Santísima Trinidad por ellos.

   ¿Queréis ver lo que sucede si interpretamos la Biblia fuera de su contexto general? Al final del SAL. 10, 4, se pone en boca de los carentes de devoción esta frase: "No hay Dios". Por supuesto que entendemos que llegar a esta conclusión es sacar el citado texto de su contexto, pero, muchos católicos, carentes, tanto de sagacidad, como de conocimientos bíblicos, caen en la trampa del protestantismo.

José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com